miércoles, 28 de abril de 2021

EPISTEME ES REVELACIÓN (APOCALIPSIS)

 


El horizonte de progreso lineal y acumulativo que hasta hace bien poco guiaba a nuestras modernas sociedades industriales, ahora hace aguas por los cuatro costados. Y nunca mejor dicho cuando cuatro son los jinetes del apocalipsis que cabalgan juntos, generalmente identificados con las crisis ecológica, económica, ética y política.

Yo le añado una crisis del conocimiento (episteme) como quinto jinete. Valga este símil apocalíptico para describir la falla de la civilización en la que sentimos estar, cuya dimensión global, sin precedentes en la historia de la humanidad, parecen justificar esta adjetivación de apocalíptica con significado de catástrofe, pero conviene no olvidar que en nuestra cultura la palabra apocalipsis nos refiere a un contexto bíblico, con significado de “revelación divina”, por lo que el Libro del Apocalipsis también es denominado Libro de la Revelación, último libro del Nuevo Testamento, considerado de carácter profético. Y, sin embargo, desprovista de esta contextualización religiosa, en su origen griego primigenio, apocalypsis o revelación significa “toda acción y efecto de correr el velo que encubre lo desconocido”, algo que nos parece más aproximado a lo que hoy consideramos como objetivo de toda ciencia o conocimiento. Si aceptamos lo ingente de lo desconocido, su revelación progresiva justifica un método de conocimiento necesariamente evolutivo, en contínuo cambio revelador, es decir, todo lo contrario a su estancamiento en paradigmas o modelos inamovibles y ensimismados en los particulares logros de sus investigaciones.

Creo que este ensimismamiento es característico de la ciencia académica, heredera del pensamiento ilustrado que diera lugar a la moderna sociedad industrial, enfocada en una mecanicista idea del progreso, que hoy anda maltrecha y atascada, reacia a toda evolución-revelación, a todo cambio de paradigma. Desde la filosofía de la ciencia no puede ser resuelta esta desviación de unas ciencias que al hacerse académicas y oficiales, se resisten a entender que los hallazgos de sus investigaciones son “explicaciones” de la realidad, es decir, metáforas aproximativas y no verdades absolutas, de tal modo que la mejor ciencia sería aquella que consiga explicar lo desconocido en modo más completo, camino de desvelarlo.

Albert Einstein protagonizó uno de los principales cambios de paradigma científico del pasado siglo XX. Recordemos que tuvo que desenvolverse en una época en la que todavía era preeminente, en la ciencia Física, el paradigma de las leyes enunciadas por Newton doscientos años antes, las que definen la mecánica clásica (la de inercia, la de relación entre fuerza y aceleración y la de acción y reacción), según la cual todos los movimientos se atienen a la formulación matemática de estas leyes. El descubrimiento (revelación, una vez más) de la equivalencia entre masa y energía, el revolucionario cambio de paradigma que supuso su teoría de la relatividad, puso patas arriba al conocimiento científico de su época y, sin embargo, su teoría no negaba la hipótesis de Newton, sino que la completaba, aportando una mejor explicación en el horizonte de comprender la esencia y funcionamiento del cosmos, entendido éste como un continuo espacio-tiempo.  

Así, cada nuevo paradigma surge partiendo de otro previo, al que sustituye o completa, sin que por norma le sea necesaria su negación. No obstante, el cambio de paradigma tiende a ser drástico en el campo de las ciencias, más cuando éstas tienden en la madurez a su estabilidad e inmovilidad. Tal es el caso de la Física, que a finales del siglo XIX creía haberlo descubierto todo, sin que le faltase otra cosa que “más mediciones y más precisas”, según la famosa frase que pronunciara Lord Kelvin en 1900. Solo habían pasado cinco años cuando Albert Einstein publicó su trabajo sobre la relatividad, que superaba la mecánica de Newton que fuera el paradigma dominante durante los dos siglos previos. Este es un buen ejemplo para lo que yo pienso que sucede en la actualidad con la ciencia de la Biología y su atadura a la ley de la selección natural de Darwin, como explicaré más adelante. Es buen ejemplo porque la teoría de Enstein redujo las leyes de Newton a un caso especial, como pienso que acabará sucediendo con la teoría darwiniana. El caso es que la mecánica de Newton sigue siendo hoy una excelente aproximación (explicación) en el contexto específico de velocidades que sean lentas en comparación con la velocidad de la luz.

En “ La estructura de las revoluciones científicas”, publicada en 1.962, decía Thomas Kuhn que "...las sucesivas transiciones de un paradigma a otro mediante alguna revolución, es el patrón de desarrollo usual de la ciencia madura". Este libro es un análisis sobre la historia de la ciencia, que marcó un hito en la sociología del conocimiento y la epistemología, provocando la popularización de los términos “paradigma” y “cambio de paradigma”. Fue una obra revolucionaria en cuanto que establecía la necesidad de aplicar una perspectiva histórica a los desarrollos científicos, asumiendo que la ciencia es una empresa humana y que como tal es histórica y, en consecuencia, sujeta a transformaciones. Significó por sí misma un "cambio paradigmático" en la historia, la sociología y la filosofía de la ciencia. Khun decía en esa obra que un paradigma provee al científico de cuestiones tan importantes como éstas: de un entendimiento de la naturaleza esencial del objeto que investiga, de una base a partir de la que puede elaborar maneras nuevas y particulares de observar el mundo y que, como resultado, quienes comparten un mismo paradigma también comparten un acuerdo acerca de las preguntas primarias que deben ser hechas respecto del fenómeno estudiado.

Estructurado el saber académicamente, en modo analógico-mecanicista, parcelado en compartimentos estancos, su comprensión de la realidad estudiada tiene inmensas dificultades para encontrar amplitud y complitud en sus explicaciones, autolimitadas al área de conocimiento que previamente ha compartimentado...y por sus propias contradicciones. Su especialización opera así en contra de su evolución y en contra del método científico en el que dice apoyarse. Y a eso hay que sumarle lo que supone la dependencia de corporaciones políticas, industriales y financieras, dependencia que no solo es funcional y financiera, sino que incluye una inevitable contaminación ideológica, todo eso en un mismo paquete. Así, lo que esas ciencias hacen, con demasiada frecuencia no se corresponde con lo que dicen que piensan...¿nos suena ésto?, ¿acaso no es comparable con lo que sucede en el ámbito de los programas electorales en política?

Pues bien, el caso de la Biología es específico entre todas las ciencias si nos referimos a su resistencia al cambio. Sobre todo, es muy especial si lo comparamos con la ciencia Física que sí ha sabido desarrollarse en forma abierta a la interconexión con otras ciencias, hasta llegar, con la teoría cuántica, a dar explicaciones más completas de la realidad física observada, una realidad que no ignora al observador, sino que lo integra. Es muy especial la inmovilidad de la Biología, su resistencia al cambio de paradigma, sin duda por su tradicional enfoque zoocentrista y, aún más, por su acomodación a la cosmovisión política que todavía es la dominante en nuestra época, la de un orden social competitivo, funcional a los presupuestos mecanicistas de la modernidad burguesa y su ilustrado pensamiento de clase superior. Desde la perspectiva científica, a la teoría de la selección natural le viene muy mal su atadura a este orden político, porque la reduce a su utilidad instrumental al servicio de dicho orden dominante, cuya inversa matriz democrática (totalitarismo estatal) e inversa matriz ecológica (economía capitalista), harán cuanto puedan con tal de evitar el cambio de paradigma. Evitar el debate “biológico”, impedir la visibilidad de todo pensamiento crítico mínimamente disidente, su ignorancia en los medios de masas y en los programas educativos, contrasta con la apertura a la crítica y al debate que tiene lugar en otras áreas del conocimiento, más todavía en una época en que los grandes avances científicos provocan nuevas interrogantes que demandan respuestas más completas, debates abiertos, junto a la cooperación e interrelación de múltiples áreas de la investigación científica. Lo vemos en la Física, en sus interrelaciones cooperativas con la química, la geología y, esperemos que pronto, con la biología. Y lo vemos también con la Historia, que clamorosamente demanda la cooperación con la antropología, la arqueología y, aún en mayor medida, con la sociología y la psicología social.  Y sin embargo, la Biología no puede ser más refractaria ni más cerrada a toda posibilidad de cambio de paradigma; y aún lo es más desde la aparición de la hipótesis Gaia, de James Lovelock y Lynn Margulis, hipótesis que ve y explica el planeta Tierra en su integridad, incluyendo seres vivos, océanos, rocas y atmósfera, funcionando como un organismo vivo que modifica activamente su composición interna para asegurar su supervivencia.  Centrada en su confrontación con la religiosa teoría del Creacionismo y con la hipótesis, del Diseño Inteligente -no necesariamente religiosa-, la biología académica, pública y privada, encuentra falsa excusa para su cierre a toda posibilidad de evolución, y también excusa para ningunear al emergente paradigma de la nueva biología, el que se abre a partir de la hipótesis Gaia.

Sí, tengo fundadas dudas de que el cambio de paradigma suceda “a tiempo”, pero, de suceder, será revolucionario en mucha mayor medida que lo está siendo ya en otros campos del conocimiento. La Biología dejará entonces de ser sostén ideológico del aberrante regimen político actual, que consume la naturaleza y estructura la sociedad humana fundamentada en el mecanismo competitivo de la selección natural, con falso fundamento científico que no puede ocultar su pretensión de concretarse como proyecto eugenésico, en contra del sentido propio o autopoiético que manifiestan todos los organismos vivos, que a cada instante contrarían la visión mecanicista de una hipótesis de la selección natural secuestrada políticamente desde época victoriana, reducida su significación científica al servicio de ideologías políticas de inequívoca matriz totalitaria, con ecología inversa (economías capitalistas) y democracia inversa (sociedades estatalizadas).

Me pronuncio a favor de la hipótesis científica de Gaia como organismo, formulada por Carlos de Castro (*) a partir de las aportaciones de Lovelock, Margulis, Maturana, Varela, Máximo Sandín y tantos otros investigadores, porque esta hipótesis completa y explica mejor la realidad que observo y siento, además de ser congruente con mi intuitivo sentido integral de la vida, dotada ésta con propósito propio en todas sus formas, que para nuestra especie interpreto como sentido comunitario, convivencial, cooperativo y solidario, perfectamente compatible con el método científico y con la teoría de la evolución (eso sí, liberada ésta de su histórico secuestro).

Ahora, en el curso de la actual pandemia, en medio de un viscoso ambiente mediático nítidamente totalitario, con una razón científica militarizada, abortada toda posibilidad de disidencia, ahora mejor que nunca, puedo comprender la furiosa carga de intuición científica contenida en el viejo eslogan anarquista: “Ni Dios, ni Estado, ni Patrón”. Y es que la intuición empieza a tener reconocimiento científico, cuestión de tiempo. Se lo digo a los negacionistas del conocimiento, de su evolución.

Acabando de escribir ésto, me llega un escrito de Paco Puche (**), publicado en la web de rebelión.org, titulado “De nuevo con Lynn Margulis”, que me reconforta del cabreo que tengo estos días, en los que siento vergüenza ajena ante el espectáculo totalitario-mediático que se repite cada día desde hace más de un año. En ese artículo dice el autor que “el nuevo conocimiento de la biología altera la visión de nuestra evolución como una competición continuada y sanguinaria entre individuos y especies. La vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más completas asociándose a otras y no matándolas, como sostuvo Margulis”...”Finalmente, Margulis nos consuela y nos advierte que recuperado del ataque copernicano y de la agresión darwiniana, el antropocentrismo ha sido barrido por el soplo de Gaia. Este soplo, sin embargo, no debería enviarnos a nuevos abismos de desilusión o desesperación existenciales. Antes, al contrario, regocijarnos por las nuevas verdades de nuestra pertenencia esencial, de nuestra relativa escasa importancia, y de nuestra completa dependencia de una biosfera que ha tenido una vida siempre enteramente propia. He aquí la buena nueva”.

Por eso que cuento con que la Tierra hará esta vez lo que viene haciendo desde hace varios miles de millones de años: recomponerse, restaurar el equilibrio que permite la evolución de la vida. Lo hará con o sin humanos, de nosotros depende a condición de comprender que  todo lo que ahora nos sucede es histórico y, como tal, es cambiante.


Notas:

(**) Carlos de Castro Carranza es profesor de Física y de Historia de la Ciencia, biólogo y doctor especialista en energía y modelado del sistema-mundo. Autor de “Reencontrando a Gaia. A hombros de James Lovelock y Lynn Margulis”, libro en el que expone su cosmovisión científica a partir de la Teoría Gaia.

(***) Paco Puche es ingeniero, ecologista, economista y librero jubilado. Miembro de Ecologistas en Acción y de la Red de Economía Ecológica.  


lunes, 12 de abril de 2021

TRILOGÍA DEL CORONAVIRUS

 



Descripción, por editorial Cauac:

La Trilogía del coronavirus contiene los tres artículos escritos por el Dr. Máximo Sandín durante la crisis inicial del Covid19 (en abril, mayo y julio de 2020). De forma más necesaria y apremiante que nunca, constituyen un esfuerzo didáctico para ayudarnos a comprender los graves errores en la interpretación de la naturaleza de los virus que arrastra una ciencia académica por desgracia más condicionada por conflictos de intereses económicos y de poder que guiada por la búsqueda del conocimiento y la comprensión del mundo natural.

Esta trilogía de artículos trata en primer término acerca del rol fundamental de los virus en la configuración de nuestro genoma, el desarrollo embrionario y en todo tipo de funciones y procesos biológicos, ecológicos, e incluso en la regulación del clima. En definitiva, su papel en una matriz coherente de información y comunicación orgánica que sostiene toda la vida que conocemos. Y en segundo término nos aporta información crucial acerca de los errores y consecuencias históricas de concebir a los virus como nuestros enemigos, muy especialmente sobre las aberraciones generadas por la manipulación antinatural de éstos en los cultivos de células embrionarias humanas y animales que realiza la industria vacunológica; una explicación al origen de las secuencias virales híbridas interespecie, como la del llamado “Sars-Cov2”, sin duda mucho más coherente y fundamentada que la que nos ofrece la narrativa mediática.

Prólogo, por Jon Ortega:

Como biólogo, fui educado bajo la creencia (extendida al conjunto de la sociedad moderna) de que toda la inconmensurable maravilla del mundo natural, toda la belleza, armonía, complejidad y diversidad de los organismos y los ecosistemas y toda la experiencia sensible de la vida, no eran en realidad más que la consecuencia “resultona” de una acumulación de ciertas “mutaciones al azar” en las secuencias génicas de los organismos. Unas mutaciones que en diferentes momentos y de manera totalmente fortuita habían otorgado a su portador ventajas para su supervivencia y reproducción, y por tanto se habían expandido y fijado gracias a la “Selección Natural”. En este escenario sólo se podían concebir por tanto dos fuerzas evolutivas, dos principios demiúrgicos que dan forma y colorido a un mundo de interacciones mecánicas e inerciales: en primer lugar el azar, y en segundo lugar el instinto, esencialmente competitivo, de supervivencia y reproducción.

El cómo se habían formado aquellos sistemas de información genética en primer lugar, el origen de la vida propiamente dicha, era algo de lo que nadie tenía ni idea y de lo que apenas se nos ofrecían relatos meramente especulativos, por no decir fantasiosos (el del “Mundo ARN” era el más manido de todos), pero no parecía importar porque en todo caso era algo que había sucedido hacía muchos millones de años, y ahora estaba clarísimo que toda la aparente complejidad de la naturaleza orgánica se reducía al impacto del azar, la competencia y la Selección Natural sobre nuestros sistemas genéticos. Tal es la particular visión neodarwiniana del mundo, que se extiende por supuesto a la vida microscópica donde, en su particular y azarosa lucha por la supervivencia, los virus y bacterias se han convertido en nuestros peores competidores, y vivimos bajo la amenaza constante de “mutaciones al azar” que les confieran ventajas sobre nosotros provocando graves pandemias, de las cuales sólo la medicina industrial puede salvarnos.

Sin embargo en mi cuarto curso de licenciatura sucedió algo que se salía del guión: después de tantos años, desde el instituto e incluso antes, estudiando e interpretando todos y cada uno de los fenómenos biológicos desde el prisma neodarwinista, mis compañeros y yo nos encontramos con un profesor que cuestionaba de raíz aquellos fundamentos teóricos que siempre habían impregnado profundamente cada frase de los libros de texto, cada comentario de los documentales, cada clase de ciencias naturales, cada artículo de divulgación y cada publicación especializada, en resumen toda la educación científica que habíamos recibido hasta entonces.

La cantidad, diversidad y calidad de la información y la documentación con las que fundamentaba su crítica eran impresionantes. Los argumentos, demoledores. Cada una de las diferentes áreas en las que estábamos acostumbrados a estudiar los fenómenos biológicos de forma compartimentalizada (paleontología, microbiología, ecología, biología molecular, genética del desarrollo, genómica comparativa…) incluso tomadas de forma separada mostraban serias dificultades para armonizar los hechos observados con la teoría… pero si uno las tomaba y contrastaba en conjunto, lo cual nos resultaba poco menos que revolucionario en aquél mundo académico tan especializado, estancado y atomizado, parecía claro que la estructura teórica asumida hasta ahora como un dogma en nuestra ciencia merecía como mínimo una revisión profunda. Los datos nos sugerían que debíamos empezar a concebir la genética no como un sistema cerrado que muta al azar sino como una ubicua matriz de información que intercontecta a organismos y microorganismos posibilitando una evolución conjunta y coherente, una comunicación constante donde los virus juegan un rol central a la vez que, junto con las bacterias, son los constituyentes funcionales básicos de nuestros cuerpos y ecosistemas. Las posibilidades que se abrían para la reflexión, el debate, la investigación, no tenían parangón con nada que hubiéramos conocido antes. Cada detalle de la naturaleza podía ser visto desde otro punto de vista que traía una nueva comprensión, y también nuevas preguntas e interrogantes. Incluso si uno mantenía la visión convencional de las cosas, se veía obligado a enriquecerla y profundizar en ella para integrar las nuevas cuestiones planteadas.

Por si hay algún lector despistado, aclaro que el profesor del que hablo es por supuesto el Doctor Máximo Sandín. Y debo añadir que a la maravillosa revelación científica que supuso en mi vida conocerle se sumó otro descubrimiento no menos impactante: Y es que ante la calidad y sobretodo la relevancia de sus argumentaciones, cabría esperar que una comunidad pensante, dialogante, abierta y buscadora del conocimiento, como yo había creído hasta ese momento que era aquello que llaman “la comunidad científica”, recibiera estas aportaciones al menos como una oportunidad de debate para crecer, dinamizarse, refrescarse, enriquecerse. Sin embargo lo que me encontré fue que la actitud del resto de los profesores, sin ánimo de juzgar a nadie, normalmente oscilaba entre el rechazo frontal, la incomodidad y la indiferencia. La gran mayoría de los biólogos ni siquiera parecían tener el más mínimo interés en entrar a debatir acerca de los contenidos y los hilos que exponía Sandín, por mucho que se fundamentaran en hechos bien documentados. Era como si hubiera “algo en el aire”, algo que por entonces yo no era capaz de entender, un fenómeno tabú acerca del cual aún hoy sigo investigando y tratando de mejorar mi comprensión, un tema demasiado complejo quizá para tratar en este pequeño prólogo, pero que se hace necesario como mínimo mencionar. En definitiva tomé contacto consciente por primera vez con una realidad ineludible, que en los años posteriores no he hecho sino corroborar en una ocasión tras otra: sea por los motivos o factores que sean, la comunidad científica y académica aparentemente no posee apertura, disposición o capacidad para revisar sus propios paradigmas y creencias asumidas, para replantearse o cuestionarse su propia comprensión de las cosas. Por tanto, tampoco inteligencia colectiva, posibilidad de madurar, de adaptarse a los problemas reales de una forma útil para la gente. La élite científica y académica es un falso referente de conocimiento para nuestra sociedad.

Así pues, me di cuenta de que nos encontramos en la peligrosa situación (por aquél entonces no llegué a imaginarme cuánto) de que todos los asuntos relacionados con la investigación, el conocimiento y el esclarecimiento último de las verdades concretas son delegados en instituciones que no poseen ni pueden poseer inteligencia. Y si la comunidad académica no era una comunidad pensante, entonces teníamos que crear una. Una que fuera horizontal, abierta, cooperativa, no asfixiada por una jerarquía fácilmente controlable por los intereses espúreos y las leyes del dinero, la competencia y las ilusiones de poder. Una que no relegara al ostracismo a investigadores como Máximo, a quienes nos invitan a ampliar nuestra perspectiva, revisar nuestras creencias, ver otras posibilidades, evolucionar.

Recuerdo que sentí la necesidad de buscar, conectar, encontrarme con otras personas que compartieran aquél sueño. Afortunadamente pude comprobar que no era un sueño personal, sino más bien un impulso espontáneo, colectivo y natural en el que a lo largo de los años muchos nos hemos ido encontrando y conociendo. Desde el principio decidí que mi granito de arena sería crear una editorial que diera voz a pensadores y visionarios que no tuvieran cabida en las estancadas y controladas instituciones de la cultura. No exagero pues, ni mucho ni poco, cuando digo que Máximo Sandín es la causa de que esta editorial haya llegado a existir.

Como no podía ser de otra manera, nuestra primera publicación fue una recopilación de artículos de Máximo, con el título Pensando la evolución, pensando la vida, que en mi opinión a día de hoy se ha convertido una referencia fundamental para el pensamiento crítico con los fundamentos reduccionistas y mecanicistas de la biología que continúan dominando la docencia, la investigación y la divulgación científica.

Quince años después de aquél memorable estreno editorial, nos encontramos aquí y ahora ante una situación asombrosa que está desencadenando rápidamente cambios muy importantes en nuestro mundo. De pronto nos hemos visto rodeados por un entorno transformado donde los sistemas de control, obediencia y restricción de las libertades individuales y colectivas condicionan nuestras vidas como jamás habríamos llegado a imaginar (con excepción de algún visionario distópico como Orwell o Huxley). Mientras los medios de comunicación aterrorizan a la gente sembrando miedo, confrontación e histeria, organizamos como podemos nuestro día a día a expensas de las nuevas imposiciones que se van sucediendo, amenazados por un nuevo encierro domiciliario general y por medidas de presión a corto plazo para forzarnos a inyectarnos productos experimentales con escasas o nulas garantías. Nuestros ancianos, niños y adolescentes han padecido y padecen tratos intolerables, y globalmente respiramos un ambiente asfixiante y opresivo en el que se está generando una gran cantidad de sufrimiento de muchas y variadas maneras. Siempre justificado por nuestra seguridad sanitaria, en base a una noción del mundo natural según la cual la salud y la enfermedad son el resultado de una interminable guerra molecular y microbiológica, de cuyas azarosas vicisitudes únicamente la industria farmacológica puede protegernos y permitir que llevemos una vida normal. Sin la benefactora protección del sector farmacéutico y los sistemas de regulación y control del Estado, vivimos a merced de una naturaleza errática y despiadada.

Esta visión del mundo que en los últimos meses se ha dejado sentir con más fuerza que nunca se nos presenta como la única posible y razonable, mientras el debate científico es motivo de censura y coherción en todos los medios de comunicación y en todas las instituciones académicas y gubernamentales. La presión por no profanar el tabú es muy fuerte, especialmente para quienes tienen un posición respetada y para todos los que trabajan en instituciones públicas, pues si tienen el valor de hacerlo públicamente se exponen a la incomprensión, el odio, la difamación y el escarnio, cuando no a expedientes y despidos.

Las buenas noticias son que toda esta situación tan disparatada sin duda ha agitado y removido consciencias, comenzando por la nuestra propia. La credibilidad de las instituciones que controlan la información está en caída libre y cada vez más gente siente la necesidad vital de investigar por sí misma y explorar más allá de la narrativa impuesta desde aquellas. Nunca antes tanto público se había interesado por los temas que tratamos en la editorial. Nunca antes habíamos recibido tanta cantidad y calidad de propuestas y proyectos de naturaleza colaborativa. Sentimos con mucha ilusión que el sueño de la red cooperativa pensante, abierta, e impulsora de un nuevo paradigma por fin está floreciendo, y en este vibrante movimiento nuestra pequeña editorial se encuentra creciendo, madurando, adaptándose y abriéndose a lo nuevo.

Estoy muy feliz de que inauguremos esta nueva y emocionante etapa de la misma manera que la anterior, con una obra de Máximo Sandín. Tres pequeños artículos cuya primera gran aportación es abrirnos una ventana al desconocido y fascinante mundo de los virus, su rol fundamental en la configuración de nuestro genoma, en el desarrollo embrionario y en todo tipo de funciones y procesos biológicos, ecológicos, e incluso en la regulación del clima. En definitiva, su papel en una matriz coherente de información y comunicación orgánica que sostiene toda la vida que conocemos; vasto universo del que apenas hemos arañado la superficie, puesto que toda la investigación financiada está orientada a aplicaciones industriales ajenas a un interés por profundizar en nuestra comprensión de la naturaleza. Está claro que no podemos aprender cosas nuevas si estamos instalados en la creencia de que ya hemos comprendido todo lo que había que comprender.

En segundo lugar, y no menos importante en este momento crítico que atravesamos como humanidad, la Trilogía del coronavirus nos aporta información crucial acerca de los errores y consecuencias históricas de concebir a los virus como nuestros enemigos, muy especialmente sobre las aberraciones generadas por la manipulación antinatural de estos en los cultivos de células embrionarias humanas y animales que realiza la industria vacunológica; una explicación al origen de las secuencias virales híbridas interespecie, como la del llamado “Sars-Cov2”, sin duda mucho más coherente y fundamentada que la que nos ofrece la narrativa mediática. Importantes elementos para nuestra reflexión sobre la situación de la ciencia en el mundo moderno, que nos ayudan a valorar hasta qué punto se ha corrompido su propósito natural como búsqueda de conocimiento y servicio a la humanidad para degenerar en un siniestro instrumento de la lucha por el poder, el dominio y la riqueza.

Con toda nuestra gratitud, cariño e ilusión, en nombre de todo el equipo de coordinación de Cauac, gracias Máximo, un gran placer trabajar contigo de nuevo ¡y con más sentido que nunca!


Adenda:

1. Web de la editorial Cauac: https://cauac.org/

2. Web de Máximo Sandín: http://www.somosbacteriasyvirus.com/

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-WILLIAMSON, KE. et al. 2003. “Sampling Natural Viral Communities from Soil for Culture-Independent Analyses” Applied and Environmental Microbiology 69(11): 6628-6633.

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-WYATT, HV. 2011. “The 1916 New York City Epidemic of Poliomyelitis: Where did the Virus Come From?” The Open Vaccine Journal 4(1): 13-17.

https://www.researchgate.net/publication/273483081_The_1916_New_York_City_Epidemic_of_Poliomyelitis_Where_did_the_Virus_Come_From

-YOUNG, M. 2009. “A Changing View of Viruses in the Evolution and Ecology of Life” (seminario).Astrobiology, NASA Astrobiology Institute.

https://astrobiology.nasa.gov/nai/seminars/featured-seminar-channels/nai-directors-seminar-series/2009/10/26/a-changing-view-of-viruses-in-the-evolution-and-ecology-of-life/



domingo, 11 de abril de 2021

SIN MIEDO, CON-CIENCIA Y EMPATÍA



Bandera, de Mikhail Zlatkovsky


La empatía es un signo de madurez del individuo humano, durante la época de crianza los niños tardan algunos años en operar con empatía. Hay un experimento que conocí cuando estudiaba pedagogía con el que ésto se mostraba evidente: situemos a dos niños pequeños frente a frente, separados por una mesa con una mampara pequeña y opaca en medio, que no les impida la visión del otro pero que tape el objeto que cada uno tiene delante; preguntemos a cada uno de ellos qué objeto cree que ve el otro y comprobaremos que ambos piensan que el otro ve lo mismo que él, ignoran que la posición del otro es diferente a la suya y que eso implica una visión diferente. Si ésto les siguiera sucediendo en la vida adulta, estaríamos hablando de una enfermedad que llamaríamos infantilismo. Pues eso es, crónica inmadurez en la edad adulta, incapacidad para ponerse en el lugar del prójimo, ignorando su singularidad, su individualidad.

Por otra parte, desde hace muchos años vengo pensando que en aquellos momentos en que los individuos sentimos la vida como algo fallido, el meollo de tal sentimiento es, precisamente, la falta de lo que yo denomino “empatía general básica”, ese ponerse en el lugar del otro, que no es sino básico amor al prójimo,  pero que también podríamos decir “de individual conciencia de especie”, porque la conciencia es necesariamente individual, es una facultad, algo exclusivo del ser singular, ya que las sociedades - más aún las masas - por sí carecen de conciencia.

Esto del amor al prójimo parece, en principio, algo ambiguo: ¿amar al próximo pero no al lejano?, ¿a los iguales y no a los diferentes?, ¿amar solo a mi círculo de conocidos, amigos, vecinos y parientes?...sin duda que necesita una explicación. Pienso que la humanidad toma cuerpo, se hace concreta y material en el prójimo, en esa pequeña parte de la humanidad con la que me relaciono y convivo en un mismo territorio, compartiendo lugar y tiempo de vida en un mismo trozo de la Tierra común, eso que llamamos nuestro “país” (de paisaje). Pues bien, cuando un individuo siente más fallida su existencia es cuando no percibe aprecio en su trato con los demás; y lo siente incluso más que cuando tiene hambre o frío... “nadie me tiene en cuenta” se dice a sí mismo, con un dolor que le deprime y le supera, del que o bien se hace culpable o bien lo proyecta como culpa ajena de esos prójimos que le maltratan o que, como poco, le ignoran.

Pues bien, si uno repasa nuestra evolución histórica, verá que ésta apunta en la actualidad a un futuro más incierto e imprevisible que nunca, porque nunca antes había sucedido esta dependencia humana del contexto global, nunca hubo tanto aislamiento del individuo respecto de la comunidad en la que transcurre su existencia, nunca tanta falta de empatía y comunidad. Ahora, ante las grandes amenazas globales que atenazan la existencia humana - como el calentamiento global, la devastación de la biodiversidad, el agotamiento de los recursos naturales, el colapso económico y demográfico, etc-, el individuo no se siente partícipe de las causas y, sin embargo, por todos los medios se apela a su empatía y a su conciencia de especie. Se espera de él que no piense solo en sí mismo, ni solo a corto plazo, se espera que se haga cargo de la situación global, de la crisis existencial por la que pasa la especie humana en su conjunto. Pero ésto no lo puede comprender y, por tanto, no lo puede hacer este individuo que durante los últimos siglos ha sido enseñado y acostumbrado a pensar y actuar a corto plazo, obedeciendo a su más primario, reaccionario, instinto de supervivencia. No puede hacerlo este individuo cuyas relaciones sociales, otrora de convivencia y proximidad, fueron mediadas, intervenidas y finalmente sustituidas por impuestas entidades abstractas, como el Estado y el Mercado, que le han proporcionado un ficticio ideal de comunidad, un ilusorio y abstracto Bien Común, reducido a la idea de “Nación” como sucedánea comunidad, de súbditos y productores-consumidores-contribuyentes. “Mercado libre y Hacienda somos todos”, se dice.

En su aislamiento y soledad, este mayoritario individuo medio se siente aislado, desconcertado y confuso; es un ser crónicamente débil e irresponsable, básicamente asocial, acongojado y miedoso, un desconfiado compulsivo, ansioso deseante de certezas, seguridades y fuertes liderazgos, más bien jefaturas. En definitiva, es el producto perfecto, la pieza perfectamente apta para componer el nuevo orden social que se ha dado en llamar Nueva Normalidad, ese puzzle neofascista que estamos viendo expandirse y conformarse a escala global, emergiendo como crisálida de su propia podredumbre. Otra vez el burdo espectáculo de su camuflaje populista, su gregaria y milagrosa solución elitista diseñada por “expertos”, cada vez menos humanitaria, menos científica y cada vez más bruta.

He llegado a la conclusión de que en la maltrecha conciencia del individuo medio contemporáneo ha quedado descartada la empatía, la conciencia de especie o como lo queramos llamar, no sólo porque su falta de práctica se ha naturalizado y normalizado, sino también porque este individuo ha empezado a aceptar la lógica eugenésica y transhumana que sigue a los datos y previsiones de un rápido colapso sistémico. No lo dice, pero sí lo piensa, su instinto primario interpreta que para la futura existencia individual será mejor un mundo con menos humanos y que así, en el reparto le tocará más mundo a cada individuo. Despoblar el mundo se ha convertido en horizonte obligado para las élites dirigentes como para las masas contagiadas de fascismo... perverso, sí, pero para las masas educadas en el miedo al prójimo y al futuro, resulta creíble, lógico y hasta “científico”.

Ahora sí podemos decir que es la hora de los justos, de quienes todavía conserven conciencia y empatía, amor al prójimo y conciencia comunitaria, pensamiento humanitario, realmente democrático y científico. Y quienes usan el espantajo del fascismo como disculpa ya no pueden seguir simulando “antifascismo”, sea republicano o proletario, mientras fortalecen por detrás a la bestia madre del fascismo, la estatal y mercantil. Pronto se verán obligados a elegir: 1) entre arrimar su culo al sol que más calienta. 2) reiniciar la misma Historia para llegar al mismo sitio en el que ya estamos, o 3) sumarse a la revolución democrática integral que está en marcha, desde una combativa red global, de solidarias asambleas comunales, de mujeres y hombres igualmente libres. Desde las catacumbas y a la intemperie y, ahora sí, sin banderas ni fronteras, sin jefes ni gobernantes, sin propietarios ni mercaderes.

No creo en una futura sociedad perfecta, ni creo que ninguna sociedad del pasado lo fuera. Pienso que el conflicto es natural a la vida en sociedad, pero también pienso que las naturales diferencias humanas - las físicas, intelectuales, de salud, belleza e inteligencia - ya son muchas y suficientes y que es contrario a toda razón que haya artificiales diferencias, a mayores e impuestas, y que éstas se agranden y perpetúen mediante gregarias estructuras de dominación, que nos conducen a la irrelevancia del ser propiamente humano...solo súbditos perfectamente intercambiables e prescindibles, carentes de empatía y comunidad, como cualquier máquina. Pues eso es el fascismo, ese Orden con destino a la Nada. Piensen, ¿en qué se queda el fascismo si le privamos del Estado que lo amamanta?

Practiquen una mínima empatía con las élites dominantes, pónganse en su mente y lugar por un instante, ¿ven lo que ellas ven?: un mundo que las sobrepasa, unas masas que no paran de multiplicarse, a las que ya no podrán tener ocupadas ni darles comida, ni educación, ni medicina, un subsidio, ni siquiera una mínima renta básica...¿cómo gobernarlas y darles satisfacción sin renunciar al beneficio capitalista y, por tanto, sin suicidio de las élites gobernantes, expuestas a merced de esas masas ignorantes, que solo piensan en consumir y consumir hasta ocupar su lugar?...¿cómo no van a recurrir al fascismo para restaurar el Orden y, a ser posible, con la complicidad de una buena parte de esas masas?, ¿cómo no promover guerras y pandemias que vayan reduciendo la población a límites "manejables", “ecológicos”, “sostenibles”? 

No hay mejor antídoto contra el fascismo que ponerse en su mente y lugar. Desconecten, no le den publicidad, no le hagan frente a la bestia en su terreno, desconecten, sin miedo, construyan comunidades de ayuda mutua y autodefensa, rescaten los antiguos comunales e inventen otros nuevos, verdaderas democracias, sin permiso, no tengan miedo, que sin nuestro trabajo nada vale su poder ni su dinero, no tengan miedo, que tenemos trabajo de sobra, sin miedo tenga cada mujer al menos dos hijos, para que deje de haber más abuelos que nietos, sin miedo, que habrá mundo de sobra para las futuras generaciones según vayamos recuperando la vida en comunidad, en la medida que logremos rescatar la Tierra y nos ocupemos de cuidarla...pero tendrá que ser pronto, porque el margen es ya muy estrecho. Sé que sucederá porque no hay otra opción, ninguna otra oportunidad, porque futuro solo hay uno.