Robert Kurz |
Cada vez que, como en estos días, resuenan los tambores mediáticos que presagian el comienzo "oficial" de la Tercera Guerra Mundial, me viene a la memoria el recuerdo de Robert Kurz (1) y su teoría acerca de la guerra como principio fundante de la sociedad capitalista y de esta época que llamamos "modernidad".
En consonancia con su doctrina filosófica del materialismo histórico, el marxismo tradicional veía en la máquina de vapor y en el telar mecánico el símbolo tecnológico y desencadenante del desarrollo social moderno, lo que permitía afirmar que "el verdadero motor de la historia" es el desarrollo de las fuerzas productivas materiales, que una y otra vez entran en conflicto con las relaciones de producción, obligando a la formación de una nueva forma de sociedad, la capitalista. Sin embargo, para Robert Kurz no fue la fuerza productiva, sino muy al contrario, una contundente fuerza destructiva, como es la invención de las armas de fuego, la que abrió el camino a la fundación de la modernidad-sociedad capitalista.
Todas las teorías de la modernización, incluido el marxismo, siempre le dieron muy poca importancia a esta correlación entre el capitalismo y la guerra. Lo explica R. K. en el escrito titulado "Cañones y capitalismo - La revolución militar como origen de la modernidad" (2). En ese primer capítulo del libro "La guerra de ordenamiento mundial" decía el filósofo alemán que la identidad armonizada entre competencia/política/guerra implica la lucha por la hegemonía planetaria y eso es lo que escribe la historia del capitalismo. Y yo me permito añadir que también escribe la historia del Estado-Nación moderno.
Para el marxismo tradicional sólo la máquina de vapor, según fórmula simplificada, habría roto "las cadenas de las antiguas relaciones feudales de producción", lo que deja a la vista "una clamorosa contradicción en el argumento marxista", en expresión del propio R.Kurz, pues en el famoso capítulo sobre la acumulación primitiva del capital, Marx se ocupa de períodos que se remontan a siglos antes de la máquina de vapor, lo que viene a ser una autorrefutación del materialismo histórico. "Por eso que si la acumulación primitiva y la máquina de vapor se hallan tan alejadas desde el punto de vista histórico, las fuerzas productivas de la industria no pueden haber sido la causa decisiva del nacimiento del capitalismo moderno. Es verdad que el modo de producción capitalista sólo se impuso en definitiva con la industrialización del siglo XIX, pero, si buscamos las raíces de su desarrollo, tenemos que cavar más hondo".
Los ideólogos del occidente moderno, solo con la boca pequeña pueden considerar que el fundamento último de sus
"sagrados" conceptos de libertad, progreso y democracia pudiera encontrarse
en la invención de las armas de fuego; no pueden asimilar que esa "revolución militar" sea el secreto origen de la modernidad y, mucho menos, que la bomba atómica fuera una invención democrática del Occidente capitalista.
Lo cierto es que, militarmente, las armas de fuego volvieron ridícula a la caballería
feudal y que con las armas de fuego a distancia, los cañones, estaban naciendo los ejércitos y el Estado capitalista moderno. A partir de entonces ya no era posible un levantamiento militar desde "abajo", porque aquellas nuevas armas de fuego a distancia ya no podían ser producidas en
pequeños talleres, como las premodernas armas "de punta y filo". Para la producción de cañones se requería una
organización completamente nueva de la sociedad, aquellas armas solo podían ser producidas desde "arriba", por príncipes y reyes, y por eso fue desarrollada una industria de armamento específica, que
producía cañones y mosquetes en grandes fábricas. Al mismo tiempo
surgió una nueva arquitectura militar de defensa en forma de
fortalezas gigantescas que debían resistir los cañonazos, llegándose a una disputa de innovación permanente en la producción de armas ofensivas y defensivas, en una
carrera armamentista entre Estados que persiste, amplificada, hasta hoy.
La estructura de los ejércitos fue modificada radicalmente. Las tropas contendientes pasaron obligadamente a ser abastecidas de armas por un poder centralizado, así la organización militar de la sociedad se separó de la civil y surgieron de ese modo los ejércitos permanentes, las denominadas "fuerzas armadas", convirtiéndose el ejército en un cuerpo extraño dentro de la sociedad. El estatus de los mandos militares pasó de ser un deber personal, propio de los ciudadanos ricos, a ser una profesión moderna, mientras que a la par de esta nueva organización militar y de sus nuevas técnicas, el contingente de los ejércitos permanentes creció muy rápidamente. Se calcula que fue duplicado en el transcurso de solo dos siglos, entre el XVI y el XVIII.
Textualmente, "la industria armamentista y el mantenimiento de los ejércitos permanentemente organizados, separados de la sociedad civil y al mismo tiempo con un fuerte y contínuo crecimiento, llevaron necesariamente a una subversión radical de la economía. El gran complejo militar desvinculado de la sociedad exigía una permanente economía de guerra. Esta nueva economía de la muerte se tendió como una mortaja sobre las estructuras agrarias antiguas: el armamento y el ejército ya no podían apoyarse en la reproducción agraria local, sino que tenían que ser abastecidos de manera compleja y extensa, dentro de relaciones anónimas, pasando a depender de la mediación financiera, del dinero. La producción de mercancías y la economía monetaria como elementos básicos del capitalismo recibieron un impulso decisivo en esa época, al inicio de la Edad Moderna, a partir del desarrollo de la economía militar-armamentista".
La nueva organización de los ejércitos creó la mentalidad capitalista. Los antiguos beligerantes agrarios se transformaron en "soldados", o sea, en personas que reciben el "soldo" del Estado, ellos fueron los primeros "trabajadores-modernos- asalariados" y por eso ya no lucharon más por metas idealizadas, sino solamente por dinero. Les era indiferente a quién mataban, a condición de recibir el soldo convenido. De este modo, decía Robert Kurz, "se convirtieron en los primeros representantes del "trabajo abstracto" dentro del moderno sistema de la economía capitalista o de mercado.
Interesaba a los ejércitos "hacer botín" por medio de saqueos y convertirlo en dinero, por lo que la renta de los botines tenía que ser mayor que los costos de la guerra, siendo éste el origen de la racionalidad empresarial moderna. Los ejércitos de los comienzos de la Edad Moderna invertían el producto de sus botines convirtiéndose en socios del capital monetario, comercial y financiero. Así de claro lo expresaba Robert Kurz: "no fueron por tanto el pacífico vendedor, el diligente ahorrista y el productor lleno de ideas los que marcaron el inicio del capitalismo, sino todo lo contrario: del mismo modo que los "soldados", como sangrientos artesanos del arma de fuego, fueron los prototipos del asalariado moderno, así también los comandantes de ejército y condottieri "multiplicadores de dinero" fueron los prototipos del empresariado moderno y de su "disposición al riesgo". Esto explica el origen de la versátil relación moderna entre mercado y Estado. Con el fin de poder financiar las industrias de armamento, los baluartes de los gigantescos ejércitos y los costos de la guerra, los Estados tenían que exprimir al máximo a sus poblaciones de una manera igualmente nueva. A partir de entonces, en lugar de los antiguos impuestos en especie, se impondría la tributación monetaria, viéndose obligadas las personas a "ganar dinero" para poder pagar sus impuestos al Estado. De este modo, la economía de guerra forzó no sólo de forma directa, sino también indirecta, el sistema de la economía capitalista de mercado. Y así se explica que entre los siglos XVI y XVIII, la tributación de las poblaciones europeas creciera hasta un 2.000%.
Esa nueva y permanente economía de guerra dio lugar a una permanente contestación popular y a una permanente oposición social "interna" frente a la imposicición de los nuevos tributos al Estado, por lo que éstos tuvieron que construir un aparato represivo y burocrático, de policía y administrativo, para asegurar el control social y la recaudación de los tributos necesarios al mantenimiento del Estado y sus clases dirigentes. No hay ningún aparato estatal moderno cuya historia no responda a esa necesidad propia en los comienzos de la Edad Moderna. Así, la administración local de villas y territorios fue sustituida por la administración centralizada a cargo de una burocracia estatal cuyo núcleo central lo formaban la Hacienda y las Fuerzas Armadas. Su actual complejidad no logra ocultar que ésto sigue siendo así y que no puede ser de otra manera.
Nos parece lógico el vertiginoso desarrollo capitalista de las fuerzas productivas
desde la primera Revolución Industrial, tan lógico como que solo pudiera producirse en modo destructivo, a pesar de las innovaciones técnico-industriales, inocentes en apariencia. Las modernas democracias capitalistas no pueden ocultar el ser herederas del militarismo estatal-moderno, y no me refiero solo al campo tecnológico, también a su estructura social.
Bajo la superficie ritual de las elecciones y los
discursos políticos, decía R. K. que se encuentra "el monstruo de un aparato que
constantemente administra y disciplina al ciudadano aparentemente
libre, en nombre de la economía monetaria total y de la economía de
guerra a ella vinculada". En ninguna sociedad hubo nunca un porcentaje tan alto de funcionarios-administradores de personas, ni tampoco de soldados y policías;
ninguna sociedad, de ninguna época, despilfarró una parte tan grande de sus recursos en
armamento y ejércitos.
Al Este y al Sur, las dictaduras burocráticas de
la modernización tardía, ("modernidad rezagada" decía Robert Kurz), con sus aparatos centralizados a imagen y semejanza de los del Norte y el Occidente capitalistas, no fueron sino actores reincidentes de la economía de guerra propia de los aparatos estatales del capitalismo occidental, en un fallido intento de alcanzar su estatus. Aún así, las sociedades más
burocratizadas y militarizadas siguen siendo, estructuralmente, las democracias capitalistas occidentales. Y el neoliberalismo
es un hijo tardío de esos orígenes guerreros, como evidenció el gigantesco
programa armamentista de la "Reaganomics" y la historia USA de los años
90.
En ese texto que aquí rememoro, Robert Kurz acaba sentenciando: "la economía de la muerte permanecerá como el inquietante legado de la sociedad moderna, fundada en la economía de mercado, hasta que el capitalismo matón se destruya a sí mismo".
Así lo pienso y así lo siento, más en estos días, a sabiendas de que la guerra mundial en ciernes es -porque no puede ser de otra manera- destino obligado para una humanidad ciega, sumisa y desarmada frente al poder de las armas y el dinero, hoy preparado para iniciar el gran genocidio que es su única vía de supervivencia. Y parece que ahora les corre prisa.
Son su objetivo a corto-medio plazo, como siempre justificado como "indeseado efecto coletaral", los tres mil millones de humanos que han calculado como sobrantes en un mundo que no puede seguir siendo capitalista con nueve mil millones de habitantes.
De momento, hay que descontar los más de treinta mil palestinos "no terroristas" recién matados "sin querer" en los dos últimos meses en Gaza, por los misiles americanos que lanza cada día el ejército del estado israelí...son efectos colaterales, inevitables en todas las guerras, como dice todo convencido el amable portavoz del gobierno judío.
Notas:
(1) Robert Kurz (1943-2012), periodista, historiador y filósofo marxista que fue cofundador de la revista teórica "EXIT-Crítica y crisis de la sociedad de la mercancía". Su área de trabajo teórico abarca la teoría de la crisis y la modernización, el análisis crítico del sistema del mundo-capitalista, la crítica del iluminismo y los vínculos entre cultura y economía. Robert Kurz lleva a cabo una crítica radical del trabajo como fetiche y de la comprensión truncada de la lucha de clases elevada al rango de fantasía metafísica. La crítica de Kurz identifica en el trabajo abstracto una tautología totalitaria de acumulación del «trabajo muerto » que somete el mundo físico y el mundo social-simbólico a un único principio con forma abstracta. La noción de fetichismo postula un análisis crítico de los principios de socialización totalitarios de la época moderna.
En Alemania como en otros países europeos provocaron un gran revuelo sus libros "El Colapso de la modernización" (1991), editado en Brasil, así como "O Retorno de Potemkine" (1994) y "El último combate" (1998). En 1999 publicó "El libro negro del capitalismo", "La guerra del ordenamiento del mundo", "La ideología antialemana" en 2003 y "La razón sangrienta" en 2004. En lengua castellana publicó "El absurdo mercado de los hombres sin cualidades" (Ed. Pepitas de calabaza, 2009) junto a Anselm Jappe y Claus Peter Ortlieb, así como el "Manifiesto contra el trabajo" (Ed.Virus, 2018) y "La sustancia del capital" (Ed. Enclave de Libros, 2021).
(2) Se publicó originalmente en "Caderno Mais!", Folha de São Paulo, en 1997.