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De la portada del libro "L´Anarchisme Chretièn" |
Los
cristianos tienen el pecado original de su creencia irracional, que es cosa
suya, de su propia inteligencia personal. Ese problema puede que no nos
concierna a los demás, pero los cristianos también tienen algo que nos vendría
bien al resto de los mortales si pudiéramos compartirlo con ellos. Se trata del
principio moral “ama al prójimo como a ti mismo”…lo que pasa es que no lo practican.
Sucede que la mayoría sigue una mala
estrategia, que les impide conseguir
dicho fin. Sucede que se limitan a demorar
la aplicación de sus principios para el otro mundo, el celestial -ese que
probablemente no exista-, con lo cual, la mayoría resultan ser pésimos
cristianos en esta vida. No se aman suficientemente a sí mismos o bien se exceden
y, por tanto, todos los demás, su prójimo, nos vemos privados de su amor. El
pecado universal de los cristianos tiene una trágica consecuencia: su aportación
a la igualdad y a la justicia en este mundo es irrelevante; incluso peor que
irrelevante, ya que desde antíguo vienen alineándose mayoritariamente con el
poder político y económico, o sea, con quienes pisotean cada día la dignidad de
los seres humanos.
Con
los anarquistas me viene a pasar algo parecido, incluso puede que más
complicado de explicar. Con éstos comparto la racionalidad del libre pensamiento,
comparto el principio de la igualdad como sustento inseparable de la libertad,
comparto su objetivo de una sociedad fraternal e igualitaria, sin jerarquía y
sin Estado,…comparto todos sus principios y objetivos, tanto morales como
políticos. Pero no me entiendo con ellos porque discrepo radicalmente de su
absurda y alcanforada estrategia. Van a la deriva de una inercia histórica no
menos ritual y religiosa que la de los cristianos, cerrados a toda idea que no aparezca
en los textos sagrados del santoral anarquista. No han actualizado su
conocimiento del mundo, no se han enterado de que ya no vivimos en la
modernidad industrial, no han entendido que el anarcosindicalismo es una
pérdida de tiempo y energía revolucionaria, que retroalimenta al capitalismo
tanto como el parlamentarismo; ignoran que el problema central del trabajo
humano en el mundo actual no es el de la precariedad del empleo asalariado -aún
siendo cierto-, sino la obsolescencia misma del trabajo en el capitalismo
global y postmoderno. No han estudiado la evolución del capitalismo a partir
del siglo XIX y pretenden combatirlo con la misma estrategia de aquel siglo. Su
deriva les lleva al sitio contrario al que quisieran ir, o peor, a ninguna
parte…y, al igual que los cristianos, nos remiten a una utopía celestial, ajena
a este mundo, donde la revolución habrá de suceder al día siguiente a aquél en
que la humanidad toda, iluminada por la razón ácrata, comprenda por fin el
sentido último del anarquismo.