En
el preámbulo de la modernidad burguesa, la
primera insurgencia anticapitalista fue campesina y europea, la encabezó
Tomás Müntzer en Alemania, al grito de ¡omnia sunt comunia! (todo es de todos).
La rebelión campesina reinterpretaba así, al modo comunista, los evangelios
cristianos; su cultura comunitaria fue derrotada en batalla campal, Müntzer fue
asesinado y la rebelión fue contundentemente aplastada en mayo de 1525, con lo
que los terratenientes, banqueros y nobles de entonces recuperaron e incrementaron
sus privilegios feudales. Desde su inicio, la modernidad burguesa estuvo
marcada por esta oposición absoluta entre las dos viejas culturas, de la
opresión y la emancipación.
En
los albores del capitalismo industrial, que ya apuntaba su actual vocación global, los ciudadanos de París organizaron la
insurgencia frente al poder. La Comuna de París fue el movimiento de la
insurrección que logró el gobierno efímero de la ciudad por un tiempo de
sesenta días, en la primavera de 1.871. Por entonces, la Primera Internacional
o AIT (Asociación Internacional de Trabajadores) ya tenía unos años de vida
(fue fundada en 1.864, en Londres) y, en 1.872, antes de producirse el cisma
entre comunistas y anarquistas, Marx y Bakunin se enfrentaban en una fuerte
discusión acerca de la naturaleza comunista o anarquista de la Comuna de París.
La AIT se trasladó a Nueva York y se disolvió en 1.876. En 1.889 nace la
Segunda Internacional, de corte socialdemócrata, y en 1.922 la AIT volvería a
refundarse como organización exclusivamente anarquista.