Lo hecho ya pasó y no tiene arreglo, como no sea a presente y a futuro. Es en el Por Hacer donde podemos aplicar las enseñanzas del pasado, es ahí donde, como dice Karlos Luckas, “nos encontramos en una especie de torbellino que no termina de cuajar en una senda común de acumulación de fuerzas revolucionarias”, aunque yo precisaría: "capaces de cambiar el rumbo de los acontecimientos".
Y en esa inercia del torbellino estamos atrapados, añado yo, en modo que resulta fácil precipitarse y meter la pata "revolucionaria". Respecto a la necesidad de una nueva teoría de la revolución, añado la de incorporar a ésta una permanente sospecha escéptica, acerca de su factibilidad. La experiencia histórica así lo demuestra y demanda. De tener una idea del mundo que queremos, ésto ya implicaría un juicio del mundo que no queremos. Supongamos que fuera el de la decadente época en que vivimos, esta modernidad tardía que nos aboca a un futuro que presentimos más que peligroso, como un perverso proceso hacia la artificialización de la existencia humana.
Necesitaríamos, pues, saber cómo abortar este proceso, cómo empezar a construir la nueva época de ese otro mundo mejor, una teoría y una estrategia, un proyecto factible, que tuviera efecto demostrativo que lo hiciera creíble. Por eso que la mejor estrategia será aquella que, en congruencia con el deseo (la teoría), se proponga a sí misma como anticipación terapéutica, reparadora y demostrativa, efectiva para la sanación del viejo y patológico mundo moderno. Si se piensa, como a mi me sucede, en los males del mundo moderno-contemporáneo como grave patología de la Modernidad, la entendamos como burguesa o proletaria, a continuación estamos obligados a explicar en qué consiste esa patología, antes de atrevernos a proponer una revolución integral como terapia alternativa y realmente curativa. Ni conspiracionismos ni curanderismos. Para mí esa patología es, en resumida esencia, consecuencia de disociar la ética de la ecología y la política...pero ¿cuándo sucedió ésto y por qué?, y ¿por qué este divorcio es tan enfermizo, tan crónico y terminal en definitiva?
Solo ahora empezamos a tener consciencia de las consecuencias que acarrea ser la especie propietaria de la Tierra. Ahora que somos más de ocho mil millones de individuos y la mayor parte vive hacinada en colosales aglomeraciones urbanas, cuando asistimos a la reducción masiva de la biodiversidad y vemos agotarse las fuentes de energía que sirvieron al espectacular progreso atribuido a la Modernidad capitalista, y apenas empezamos a atisbar su lado oscuro, junto a los enormes peligros que amenazan el futuro de nuestra especie, precisamente como consecuencia, insisto, de nuestro "éxito evolutivo". Por eso que ha llegado el momento de cuestionar este éxito en profundidad y a escala entropológica-global o de especie, más allá de identidades particulares, de razas y clases sociales, de pueblos, culturas o naciones-estado; porque siendo global el Problema, teniendo como causa última un concepto global de la evolución humana, como Progreso en modo de crecimiento y consumo sin límites de la naturaleza, parece obvio que de ser posible una solución, ésta no podrá ser parcial ni superficial, sino integral y global, es decir, a escala de especie.
Acostumbramos a situar
el lugar alcanzado por la evolución humana a
gran distancia, en un nivel superior y diferente al del resto de
animales,
pero ésto
es muy cuestionable en
cuanto observemos
que instintos tan primarios y comunes a todos los animales,
como los de territorialidad y jerarquía, siguen determinando
la conducta y organización social de nuestra especie como
las de otros animales. Y que su diferencia solo es aparente tras su sofisticación. Sin embargo, acostumbramos a poner por delante nuestro más especial instinto -ético, decimos- que supuestamente nos distingue como especie singular. Supuestamente quiere decir teóricamente, porque en la práctica, el balance de nuestra evolución histórica deja mucho que desear, porque sigue mostrando la prevalencia de nuestros instintos animales más primarios, de territorialidad y jerarquía. Lo que no cambia porque nos refiramos a ellos metafóricamente como "derechos", que de hecho sirven a perpetuar los instintos animales de territorialidad y jerarquía. Incluso hemos llegado a consagrarlos en el frontispicio universal con el título de Derechos Humanos, tal es la inversión conceptual que, por inercia y costumbre, el significante sucedáneo acaba por hacerse familiar entre nosotros, e incluso a determinar lo que es "la realidad".
A base de repetir mil veces la palabra ética no se consigue que el comportamiento acabe siendo ético. Solo es cierto para una ínfima parte de la especie. Solo vagamente, nos referimos a ese instinto ético por el que tenemos conocimiento y conciencia del mundo y de nosotros mismos, por el que deberíamos sentir la carga de responsabilidad derivada de nuestro personal comportamiento en sociedad y naturaleza. Ningun otro animal ha llegado a desarrollar ese instinto, nos consta que en el planeta que habitamos no hay nadie que posea tal conocimiento de sí y del mundo, del que pudiera emanar ese instinto ético, nadie a quien pudiera pesarle la carga de responsabilidad que conlleva tal instinto.
Pues bien, viendo a donde hemos llegado, es evidente lo débil que todavía es, de hecho, nuestro instinto ético, tanto como para permitir una evolución humana tan irresponsable y tan abandonada al dominio de nuestros primarios instintos animales de territorialidad (propiedad) y jerarquía (gobierno). Eso ha beneficiado solo a aquellos individuos con el poder de imponerlos como "natural" norma y costumbre. Son los que pudieron hacerse con la propiedad de la Tierra y el Conocimiento a la par que con el dominio sobre las condiciones de existencia de individuos y comunidades. Son los protagonistas de una Historia por ellos escrita. Su derecho de propiedad y gobierno siempre lo creyeron “natural”, y hasta "sagrado", por analogía con la ley natural que veían gobernar la Naturaleza, donde sobrevive mejor el individuo mejor adaptado a esa ley de la competencia, o de la selección natural, que Charles Darwin elevara a categoría científica al meter a nuestra especie en el mismo saco de la evolución general de las especies. Pero, ¿no es la ley de la propiedad y del mercado capitalista la mejor expresión de esa ley natural?, y ¿no es la organización estatal de las comunidades humanas la más clara expresión del orden jerárquico que sigue imperando al interior de nuestra especie?, es que ¿no es cierto que aquel individuo que no se acomode a esta Ley será marginado, cuando no perseguido o anulado en alguna forma?
Así, desde fechas que no podemos fijar en el calendario de la historia humana, en las que alguien dijera “esta tierra es solo mía y de mi descendencia”, “yo soy el que más sabe y el que más puede" y, por tanto, "yo soy el que manda”... siempre se dio un pulso desigual al interior de las comunidades, entre primarios instintos y el singular instinto ético, exclusivo del animal humano. Si repasamos la parte última de la Historia, veremos que durante milenios fueron una mínima excepción aquellos momentos de los que podamos decir que primara el instinto ético sobre los de territorialidad y jerarquía. Hasta ahora, nadie podrá negar que la historia humana ha sido una sucesión de gobiernos propietarios y jerárquicos, sustentados en última instancia por su fuerza bruta, siempre sin más pausa que aquellos momentos de recambio, de un Soberano por otro, fuera monarquía o república, estado o imperio; o bien por paréntesis derivados de su propia decadencia y corrupción interna. Y cuando ésto sucedió, como ocurriera tras la descomposición del imperio romano, la autonomía de las comunidades campesinas y sus prácticas comunales y democráticas, durante el medievo feudal, siempre fueron incompletas, limitadas autonomías, siempre tuteladas por los poderes nobiliarios y eclesiásticos, propietarios de la tierra y del conocimiento, como del gobierno y destino de las gentes. Siempre, al igual que ahora, el instinto ético acabó siendo domesticado, siempre subordinado a los de propiedad y jerarquía, siempre a expensas de la voluntad de un Soberano, expropiado, como los comunales y las democracias de los medievales concejos campesinos, siempre usados por el Soberano como graciosas concesiones, o fueros...y eso en el mejor de los casos.Y todo a cambio de un supuesto pacto con el Soberano: de sumisión, a cambio de su promesa de seguridad y orden.
Alrededor del siglo XV se inició un cambio que determinaría el futuro "moderno" de nuestra especie, al menos hasta el presente. El punto de inflexión fue sin duda la conquista europea de nuevos territorios en desconocidos continentes, gracias a los avances tecnológicos de la navegación y la milicia. La colonización-expropiación de nuevos territorios generó un mundo nuevo, con nuevas y modernas clases sociales, según la nueva división de la propiedad y del trabajo, clases y subclases, de siervos, esclavos, terratenientes, comerciantes, artesanos, artistas, literatos, filósofos, banqueros, científicos...un comercio global de mercancías y el auge de una población burguesa que entraba en competencia con la vieja clase “noble y eclesiática” dominante hasta entonces; y poco después, entrara en competencia interna con la clase campesina recién devenida en proletaria, obligada a vivir de la venta de su trabajo a poco de ser desposeída de sus propias tierras y ver cercadas las comunales, recién iniciada la revolución industrial en la Europa del siglo XVIII.
La rebelión de esta nueva y gran clase burguesa, concentrada en las nuevas ciudades industriales, no tardó en producirse como sucesión de revoluciones liberales, sea en modo cultural, político o industrial, caso de la Ilustración, la revolución Francesa o la industrial iniciada en Inglaterra, entrando en directa competencia con nobles y eclesiáticos, en nombre de la libertad y contra el Antiguo Régimen feudal de los gobiernos absolutistas. Se inauguraba así la época Moderna, en cuya fase tardía estamos, todavía. No se entenderá el éxito de aquella rebelión burguesa y su duración de más de tres siglos, sin comprender cual fue el mecanismo conceptual empleado, al que llamaron “el imperio de la razón” y que, básicamente, consistía en una ingeniosa inversión conceptual de significantes, como los de libertad, progreso y democracia. Véase, si no, cómo en la misma Francia revolucionaria, el levantamiento contra el regimen absolutista devino al poco en un regimen republicano no menos totalitario, simulado tras un velo parlamentario de apariencia asamblearia o democrática. Y véase cómo fue fijado el moderno concepto de “progreso” como nueva religión cívica, que en teoría abría las puertas de la Historia a la igualdad de las clases sociales, mediante un presunto derecho de acceso universal a la propiedad y al consumo; a la libertad económica como derecho ejercido en un mercado supuestamente “libre”; a la democracia como asamblea política de ciudadanos presuntamente iguales...o sea: todo un artificio conceptual basado en la presunción de unos derechos humanos universales, que fueron y siguen siendo el armazón del imaginario liberal-burgués de la Modernidad.
La investigación del historiador y filósofo alemán Reinhart Koselleck (1923-2006), en torno a la historia de los conceptos, aclara muy bien cómo muchos conceptos que hoy nos parecen fijos, en realidad cambiaron de significado a lo largo de la historia, a la medida del interés y deseo de las élites dominantes en cada momento, que acabaron imponiéndolos por fuerza, de ley o de costumbre.
La revolución burguesa creó las condiciones para la “modernización” del antíguo sistema de dominio feudal, lo actualizó, creando una versión ilustrada o moderna de sí misma: el moderno Estado-Nación, conforme a los instintos de propiedad territorial y gobierno jerárquico, perfectamente acorde a su mercantil y competitiva visión del mundo, llevada a la práctica como economía (capitalismo) propia de las sociedades modernas. La burguesía atinó a modernizar el viejo concepto romano de República adaptado a su modo “liberal-burgués”, es decir, perfectamente compatible con la apropiación y explotación, industrial y comercial, de la naturaleza y del trabajo humano, sin límites. Fue sin duda una revolucionaria recreación histórica que triunfó y sigue haciéndolo hoy en día, sin que encontremos mejor explicación para ello que la sumisión voluntaria de la mayoría social. Su justificación teórica está contenida en “El contrato social”, el libro que escribiera Jean Jacques Rousseau a mediados del siglo XVIII, donde el autor teorizaba sobre filosofía política, estableciendo la necesidad de un supuesto “contrato social”, entre dos entes tan abstractos como la Sociedad y el Estado, un contrato imaginario como garante de la libertad e igualdad de los súbditos-ciudadanos bajo la protección y el poder del "nuevo" Estado-Nación. Acababa de ser inventado un nuevo concepto, el de "Nación" equivalente a Pueblo. Si al Viejo Regimen feudal le bastaba la propiedad del territorio, el Estado moderno quería, además, un Pueblo-Nación unido en la sumisión al Estado.
El pensamiento ilustrado hizo una exitosa pirueta conceptual, para, en nombre de los Derechos Humanos fundar un "orden teóricamente nuevo” cuyas instituciones estaban pensadas, precisamente, para impedir esos derechos y perpetuar la servidumbre y desigualdad, así como para disolver toda forma de comunidad que no fuera la artificial “comunidad nacional” de factura estatal. Es la misma pirueta que hace todo Estado cada día, en nombre de la libertad, para adoctrinar a niños y jóvenes en escuelas y universidades estatales, públicas y privadas; y a la población general a través de los aparatos culturales y mediáticos con los que cuenta todo Estado moderno; o cuando en nombre de la paz, se financia "públicamente" la fabricación y comercio de armas de guerra, se equipan y entrenan ejércitos "nacionales" para guerras estatales, siempre territoriales y comerciales.
Solo ahora, cuando empezamos a ser conscientes de lo pequeño que se nos ha quedado el planeta para la enorme masa de humanos que lo habitamos, ahora que vemos agotarse las fuentes de energía que han permitido el espectacular crecimiento de nuestra especie y que experimentamos directamente los devastadores efectos de un modelo de progreso basado en la depredación sistemática de la biodiversidad y de las fuentes de energía, sólo ahora llegamos a percibir las consecuencias del mal uso de la Tierra y del Conocimiento humano, que ponen al descubierto sus verdaderas causas, como a sus responsables.
Se podrá especular y polemizar cuanto se quiera, con todo tipo de argumentaciones históricas, filosóficas, científicas y políticas, pero será imposible convencerme de que podremos salir del "torbellino" en el que estamos atrapados, sin empleo a fondo de nuestro instinto ético, y sin una nueva teoría-concepto de la propiedad y del gobierno, que sea radicalmente contraria a la teoría burguesa hoy dominante. Es absurdo pensar en soluciones mágicas a la crisis global, pensar que se puede acabar con la desigualdad sistémica, regenerar la biodiversidad o revertir el cambio climático, manteniendo el derecho de apropiación -privada o colectiva – sobre la Naturaleza y sobre el Conocimiento, tan imposible como absurdo mientras perdure el orden jerárquico-estatal que rige sobre las sociedades humanas, haciendo irresponsables y asociales a los individuos sometidos.
Por eso que hierran quienes crean que hemos llegado al fin de la Historia, tanto quienes sueñan la utopía tecnológica-transhumana, como los agoreros que auguran la inevitabilidad del próximo colapso y la extinción de nuestra especie. Hierran porque ningún futuro está determinado, cuando ni siquiera alcanzamos a imaginar ese “otro mundo mejor” que queremos, cuando no tenemos elaborada una básica teoría integral de ese nuevo mundo, cuando todavía no alcanzamos a concebir nuestras vidas como autónomas, cuando carecemos de una mínima experiencia de autogobierno en auténticas democracias, si todavía no nos cabe en la cabeza que podemos vivir mejor con menos cachibaches superfluos y liberados de artificiales necesidades, si todavía no sabemos cómo autoorganizarnos para la convivencia, ni cómo revertir la tecnología para que juegue a favor de la vida y no en contra, si seguimos ignorando quién es el verdadero Soberano, cuando no haciendo la vista gorda ante quién o qué gobierna nuestras vidas; si ni siquiera llegamos a imaginar cómo compartir nuestros bienes comunes, de la Tierra y del Conocimiento, si todavía estamos lejos de querer asumir la responsabilidad que tenemos en el equilibrio ecológico y en el cuidado de la vida toda, y en especial de la humana vida ...entonces, ¿a qué viene eso de que estamos llegando al fin de la Historia?, ¿qué sentido tiene esta tristeza nihilista que campa a sus anchas por el mundo, la desidia y el pesimismo, cuando sabemos que todo comienza y cambia cada nuevo día, qué sentido tiene tergiversar el concepto de sumisión atribuyéndole el significado de "civilización", qué sentido cuando queda tanto Por Hacer?