jueves, 16 de junio de 2016

CONTRA EL ILUSIONISMO ELECTORAL, LA ABSTENCIÓN NO BASTA

Agustín García Calvo

“No: no puede usted quedarse tan tranquilo con no votar en estas Elecciones, con no participar positivamente con su voto en este tejemaneje y en el sempiterno recuento de la Mayoría, no: la institución de las Elecciones y del Voto es demasiado importante y fundamental para el Dominio como para que nos podamos contentar con eso”. (Extracto de “Farsa periódica”, Agustín García Calvo)


A quienes a sí mismos se consideran “progresistas”, término que hoy se ha convertido en vago sinónimo de “izquierdistas”, la abstención les irrita en grado sumo, mucho más cuando -como en esta ocasión- creen que el cálculo electoral pudiera resultarles favorable y que, por tanto,  “el cambio” lo tienen al alcance de la mano. Ignoran la infinidad de veces que esta situación se ha repetido a lo largo de los casi tres siglos de historia del sistema hoy dominante. Prefieren ignorar que los márgenes del “cambio” están prefijados de antemano, que precisamente en eso consiste la fortaleza y durabilidad del aparato dominante. Los ilusionados progresistas renuevan en cada elección su inquebrantable fe sistémica, participando  con un entusiasmo que ciega todo análisis reflexivo, que les  impide ver el truco de magia que se produce ante sus narices. No quieren ver que forman parte del sistema, que padecen el síndrome de Estocolmo, que actúan a favor de quienes  han secuestrado sus conciencias. Tienen fe en la magia del sistema y creen que éste les permitirá dar el salto del patio de butacas al escenario del poder, donde tiene lugar la mágica representación de la democracia burguesa.

Los dos socios  de la gran confluencia sistémica, Mercado y Estado, tienen un destino que es fallido por principio, abocado a la crisis permanente, condenado a la intrascendencia por  su naturaleza inmanente y contradictoria, que fundamenta su existencia en la  ilusión de ilimitados recursos naturales -lo que le hace materialmente insostenible y autodestructivo- y en la certeza de una ilimitada sumisión de las masas, con la que aseguran un resultado siempre favorable.

Aún así, el progresismo “alternativo” ha acabado siempre picando en el mismo cebo de la esperanza futurista, en un desarrollismo economicista siempre atrapado en el juego electoral. Compiten por la eficiencia en la gestión capitalista del Estado, prometen un capitalismo mejor, más verde y más justo, prometen un Estado pacificador, que resuelva la guerra de clases a cambio de algunas concesiones a las que llaman derechos, un poco más de capacidad adquisitiva, lo suficiente para tranquilizar a la masa consumista sin poner nunca en riesgo la tasa de beneficio de la explotación capitalista, ni la nómina del Estado que se nutre de los impuestos al trabajo asalariado, de la que viven las clases dirigentes, militares, políticas, financieras, funcionariales, bancarias, intelectuales y empresariales.  Reservan el paraíso comunista, sin clases, para el más allá. Son “realistas”, saben lo que quieren las mayorías porque ellos han contribuido como nadie en su amaestramiento. Reservan el comunismo para el Mas Allá. En la “vida real”, el máximo que cabe es socialdemócrata, un liberalismo  descamisado y campechano, siempre con sentido de Estado, el mismo aparato de dominación, pero de cara más amable, que haga más soportable la sumisión y garantice la paz social.

Así, las dos versiones originales del desarrollismo materialista, la liberal y la marxista, se igualan como co-titulares legítimos del sistema dominante, bajo la excusa de  crear cada uno el  empleo y bienestar que destruye el otro. El resultado no puede ser otro que una progresiva identidad en  hechos y programas, a sabiendas de que éstos sólo son útiles para plasmar diferencias aparentes, sólo formales, las necesarias para la escenificación de la farsa democrática.

Hay una devastación de mayores proporciones y trascendencia, que nunca reconocerá el progresismo mientras siga siendo cómplice del sistema: es la devastación de los valores humanos, la anulación sistemática de la individualidad, lograda por el aparato de dominación a través de su complejo y sofisticado sistema de adoctrinamiento, que ha alcanzado su máxima perfección al conseguir que cada ciudadano sea tan policía de los demás como de sí mismo, al servicio de quienes, en cada campaña electoral,  prometen compensarle por ello, desde la izquierda o desde la derecha del poder.

Abstenerse de participar en esta farsa es así una cuestión de ética básica, de principio moral y prepolítico. Pero, con todo, la abstención es muy insuficiente si no va acompañada de un cambio simultáneo en pensamiento y en obra. Se trata de una lucha titánica contra el sistema en su totalidad, una lucha que empieza por subvertir la mala educación en la que somos instruidos cada día, a través del aparato institucional del poder, de los partidos políticos, de los medios de comunicación, de los sistemas productivo, educativo y sanitario, de la mercantilización y banalización normalizada de la vida humana. Se trata de reconstruir simultáneamente la individualidad y la comunidad, las que son impedidas por todos los medios que el aparato dominante tiene a su alcance. Hay que mantener y alentar la disidencia individual y colectiva, hay que hacerlo siempre, pero más aún cuando sistemáticamente es neutralizada por los partidos “progresistas” que se encargan de reintegrarla, por vía electoral, al redil del sistema, como ahora está sucediendo, una y otra vez más, en un bucle mil veces repetido, la misma farsa democrática.

No deberíamos andar en ésto con paños calientes, hay que decir a los creyentes sistémicos que su voto no es superfluo, hay que decirles a la cara que su voto es muy importante, que es trascendente, vital para el sustento y reproducción del sistema dominante. Hay que decirles que su voto es sustancialmente reaccionario, irresponsable y cómplice, que impide la autoconstrucción del pueblo como sujeto político, que su voto se opone al proyecto democrático y al proceso revolucionario necesario a tal proyecto. Que los programas, como los votos, son de papel y se los lleva el viento, que no es cuestión de “programa, programa, programa”, sino de “principio, principio, principio”.

Pero la abstención sigue siendo muy insuficiente si no va acompañada del esfuerzo reflexivo que es necesario para un buen diagnóstico. Es insuficiente sin afrontar la batalla de ideas en la que hoy se libra el combate entre reacción y revolución, entre el demofascismo triunfante y la sublevación democrática. Es insuficiente sin acometer la organización autónoma del pueblo, al margen y en contra del aparato institucional que le sirve de fortaleza a la dominación estatal-capitalista.

Sé, por propia experiencia, lo que cuesta entenderlo. Sé que, como todo en la vida, es cuestión de necesidad, de voluntad y de tiempo. Nos iremos encontrando según vayamos haciendo ese camino, que no existe previamente, que hay que hacerlo. Como decía Agustín García Calvo, el pueblo no tiene futuro porque nunca muere, por eso no tiene futuro, porque para existir tiene que irlo haciendo: “imagine lo que sentimos de los líderes y sindicatos que proclaman por las paredes Sin empleo no hay Futuro, haciéndoles el caldo gordo a los Productores de la Nada y Creadores de Puestos de Trabajo”.


No hay comentarios: