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miércoles, 8 de mayo de 2024

DECIR LA VERDAD, CUESTE LO QUE CUESTE

 Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta" (Jorge Luis Borges. “Ficciones”, “La biblioteca de Babel”, Cuentos completos).

Así comienza ese cuento de Borges: "El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito… La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante".

Ya dije muchas veces que no pienso que seamos algo diferente a la materia de la que está hecha el planeta que habitamos, ni paracaidistas ni extraterrestres; como que no es la Tierra quien corre peligro de extinción, por causa de las salvajadas cometidas por la civilización capitalista; y que somos nosotros, la especie, con nuestra pasividad suicida, quien está haciendo méritos, aceleradamente,  para  desaparecer por el agujero negro del desagüe cósmico, nunca mejor dicho. 

Y que, por tanto, es una bobada ese eslogan político, carente de contenido científico, eso de "salvemos el Planeta". No tengo duda de que somos nosotros, la especie humana quien sí corre tal peligro, y no el planeta  que llamamos Tierra, cuyo destino está ligado al del Universo en su conjunto, por lo que nos da igual cuando se extinga si para entonces no hay nadie que pueda ser testigo. De momento, lo que está en verdadero peligro de autoextinción, o suicidio, es la especie humana.

Según sabemos, por el conocimiento científico alcanzado, nada es para siempre, ni siquiera el Universo, que acabará siendo un lugar inhóspito, frío, sin energía, totalmente apagado, oscuro y vacío. La mayor parte de los astrónomos piensan que ese remoto final del Universo ocurrirá en aproximadamente 1060 años, pero que muchísimo antes se extinguirá la vida. Hacemos la cuenta: si el universo tiene, más o menos, 13.000 años y  mil  millones de años son 109 años, resulta que para el final del Universo queda todavía una cantidad de años que habría que escribir con un 1 seguido de  50 ceros, más o menos...ya ves tú lo que eso puede preocuparnos ahora. 

Sabemos, solo desde finales del pasado siglo XX, que el Universo se expande continuamente y que en vez de frenarse por la fuerza de la gravedad, la expansión (o desmenuzamiento que yo diría), se acelera más y más. Según todos los modelos cosmológicos, el universo se expandirá sin parar y al final se convertirá en un lugar muy frío, sin actividad estelar, en unas condiciones incompatibles con la vida, que además de componentes orgánicos, sabemos que requiere de mucho calor. Pero esa certeza, a la distancia que nos queda, no da para justificar el pesimismo ante el futuro que hoy recorre el mundo; fijaros, si no, en la cantidad de gente de nuestra especie que hoy en día renuncia a tener descendencia: no hay mayor prueba de pesimismo. Y no solo eso, además resulta que somos solo cuatro gatos los que pensamos en otras posibles formas de vida, porque la inmensa mayoría ha sido convencida de que no hay ninguna alternativa al modo capitalista de vivir que llevamos, no porque éste sea el mejor, sino porque es el único modo de vida posible al interior de los Estados  a los que pertenecemos obligadamente...¡y resulta que somos nosotros los pesimistas!


Yo soy un termodinámico, no un apocalíptico (Manlio Sgalambro, Trattato dell’età)  

En este "Tratado de la Edad" dice Sgalambro que la vejez siempre ha inspirado elegías consoladoras y que en nuestra época, entregada a la idolatría de la juventud, preferimos evadirla o ignorarla. En este duro y sin escrúpulos Tratado sobre la edad, Sgalambro  convierte a la vejez en el centro de una vibrante reflexión sobre la permanente desintegración de las cosas, causada por el trabajo del tiempo - ya que la vejez es el "tiempo duro y horrible, donde anida el secreto de la edad".  

Observador implacable e incisivo, Sgalambro desarrolla en unas pocas páginas   las líneas de una "metafísica de la época que se convertirá en el espejo en el que se reflejará la terrible apariencia de lo antiguo, subvirtiendo muchos fundamentos de la especulación actual. En la edad se muestra objetivada la esencia destructiva del mundo". Sgalambro afirma en esa obra que "el bien no puede fundarse en un Dios homicida" y que   "hacer el bien es negar a Dios, porque, si hemos sido puestos en el mundo como seres mortales y posibles sufrientes,  si querer el bien de los otros es querer que no mueran o no sufran, entonces, querer el bien es estar contra las reglas del universo, o de Dios". Manlio Sgalambro defiende, pues, que cualquier acto de bondad supone la negación misma de un Dios que ordena un mundo propicio al crimen y a la maldad, de ahí que todo intento ético suponga la negación del plan divino. Y, por tanto, su conclusión vendría a ser que todo acto de bien contiene la más absoluta negación de Dios, por lo que no son comparables este absoluto mal metafísico con el mal social, que  a su lado es apenas una bagatela.

"Invitación al Viaje" es el título de un poema de Charles Baudelaire (Las flores del mal, 1857), que fue reescrito por Manlio Sgalambro y luego convertido en letra de una canción de Franco Battiato. Invitar a alguien a viajar, como dice el mismo Battiato, significa invitar a abandonar sus clichés, o mejor dicho, constituye una renuncia esencial para empezar el camino hacia la reflexión filosófica.Esta es esa letra:

Te invito al viaje,
en aquel país que se parece tanto a ti.
Los soles lánguidos de sus cielos nublados,
tienen para mi espíritu el encanto
de tus ojos, cuando brillan ofuscados.
Allí, todo es orden y belleza,
calma y deleite.
El mundo se adormece en una cálida luz
de jacinto y de oro.
Duermen perezosamente los navíos vagabundos,
llegados de todas las fronteras
para satisfacer tus deseos.
 
En la mañana yo escuchaba
los sonidos del jardín,
el lenguaje de los perfumes
de las flores.
(M. Sgalambro-F. Battiato) 

Invito al viaggio  (Invitación al viaje)   Te invito al viaje,
en aquel país que se parece tanto ati.
Los soles lánguidos de sus cielos nublados,
tienen para mi espíritu el encanto
de tus ojos, cuando brillan ofuscados.
Allí, todo es orden y belleza,
calma y deleite.
El mundo se adormece en una cálida luz
de jacinto y de oro.
Duermen perezosamente los navíos vagabundos,
llegados de todas las fronteras
para satisfacer tus deseos. 
  En la mañana yo escuchaba
los sonidos del jardín,
el lenguaje de los perfumes
de las flores.
(Traducido del francés)
(M. Sgalambro-F. Battiato)  

Leer más: https://www.francobattiatoletrasenespanol.com/textos-de-canciones-por-orden-alfabetico/i/invito-al-viaggio-te-invito-al-viaje/
Invito al viaggio  (Invitación al viaje)   Te invito al viaje,
en aquel país que se parece tanto ati.
Los soles lánguidos de sus cielos nublados,
tienen para mi espíritu el encanto
de tus ojos, cuando brillan ofuscados.
Allí, todo es orden y belleza,
calma y deleite.
El mundo se adormece en una cálida luz
de jacinto y de oro.
Duermen perezosamente los navíos vagabundos,
llegados de todas las fronteras
para satisfacer tus deseos. 
  En la mañana yo escuchaba
los sonidos del jardín,
el lenguaje de los perfumes
de las flores.
(Traducido del francés)
(M. Sgalambro-F. Battiato)  

Leer más: https://www.francobattiatoletrasenespanol.com/textos-de-canciones-por-orden-alfabetico/i/invito-al-viaggio-te-invito-al-viaje/

Cuando Manlio Sgalambro relataba los orígenes de su "vocación" filosófica, alegaba la distancia de su pensamiento de las "prácticas académicas y de las filosofías que han convertido al filósofo contemporáneo en empleado del pensamiento." Sgalambro llega a criticar el concepto mismo de cultura, que calificó como "un concepto negativo", haciendo un lúcido análisis de la política contemporánea y de las contradicciones contenidas en el concepto de democracia. 

Pero mejor aún que "Invitación al viaje" y más acorde a su filosofía, me parece a mí el poema 172 de "Las Flores del mal" , de Charles Baudelaire, titulado "El muerto alegre":

 En una tierra crasa y llena de caracoles
Yo mismo quiero cavar una fosa profunda,
Donde pueda holgadamente tender mis viejos huesos
Y dormir en el olvido como un tiburón en la onda.

Yo odio los testamentos y yo odio las tumbas;
Antes que implorar una lágrima del mundo
Viviente, preferiría invitar a los cuervos
A sangrar todas las puntas de mi osamenta inmunda.

¡Oh, gusanos! negros compañeros sin orejas y sin ojos,
Ved cómo hasta vosotros llega un muerto libre y alegre;
Filosóficos vividores, hijos de la podredumbre,

A través de mi ruina pasad sin remordimientos,
Y decidme si hay aún alguna tortura
Para este viejo cuerpo sin alma ¡y muerto entre los muertos!

A Charles Baudelaire (1821-1867), "Las flores del mal" le costaron una condena por ofensa a la moral pública. En Francia fue considerado entre los poetas malditos del siglo XIX, por su vida bohemia y "por la visión del mal que impregna su obra". Se dijo de él que fue el Dante de una época decadente; y con frecuencia se le atribuye el haber acuñado el término "modernidad", para designar la experiencia fluctuante y efímera de la vida en la metrópolis urbana y la responsabilidad que tiene el arte de capturar esa experiencia. Es definitoria su idea acerca de la modernidad: "por modernidad me refiero a lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente que constituyen la mitad del arte, lo otro es lo eterno y lo inmutable" (Charles Baudelaire, en The Painter of Modern Life and Other Essays).

Cierto es que la filosofía  puede ayudar a no ser indiferentes, y que puede cortarle las alas a la indolencia y a la apatía, incluso a la pereza intelectual. Pero, como dijera Simone Weil en diversos escritos: "el individuo puede prescindir de la reflexión sobre la injusticia, pero  si cae en el desinterés y la apatía, corre el riesgo de hacerse cómplice de  los mecanismos que permiten la aparición y triunfo de la injusticia".

Para Sgalambro, sólo una conciencia de los límites del mundo y de su final, sólo un pensar desde el fin del mundo, da sentido a la acción ética y social del ser humano. La acción adquiere su sentido cósmico en cuanto se liga al eclipse del mundo, para quien siente el mundo como finito y cobra conciencia de que las estrellas se están apagando, abrazarse al otro en el sentido de una comunidad superior es el gran hecho ético, "es como si nos abrazásemos en un adiós larguísimo, pero inevitable” (Dialogo sul communismo, p. 91). El primer paso de la ética y la política de Manlio Sgalambro consiste, pues, “en ser contemporáneos del fin del mundo” (Dialogo sul communismo, p. 110), “todas las cosas se deben entender a partir del fin del mundo”, de modo que el imperativo cósmico, que está en la base de cualquier reflexión práctica es este: "sé contemporáneo del fin del mundo'”. (Dialogo sul communismo, pp. 114-115), ésta es la única manera posible de alcanzar la certeza de la verdad y el estado de ánimo que propicia la liberación. 

En un Manifiesto a favor del Pesimismo se dice que la filosofía del próximo futuro ha de servir “para enseñarnos a resistir impávidos y solidarios, con ánimo esforzado (que diría nuestro señor Don Quijote) las pruebas que nos mande el destino, es decir: ese mundo que pasa de nosotros y al que le somos completamente indiferentes”. Fue en noviembre de 2020, en plena pandemia, cuando el filósofo Manuel Pérez Cornejo, significado miembro de la sección española de la SIEP (Sociedad Iberoamericana de Estudios sobre el Pesimismo) publicó ese Manifiesto en el que se dicen cosas como éstas:

En una época caracterizada por la posverdad y el predominio obscenamente sofístico de la ficción virtual, creo que el principal reto de la filosofía es el mismo que fue en la época de Sócrates y Platón, a saber: decir la verdad, cueste lo que cueste. Frente a la propuesta posmoderna, inspirada en Nietzsche, según la cual la mentira, el engaño y la ilusión son necesarios para la vida, pienso que hoy más que nunca es necesario aplicar todos nuestros esfuerzos en echar abajo todas las ilusiones, mentiras y falacias sobre las que hemos venido construyendo nuestras vidas a lo largo de las últimas décadas, y decidirnos a vivir a la intemperie de la verdad”.

No es por otra causa el fracaso de todas las revoluciones hasta ahora ensayadas, todas fundadas en un falso optimismo, un autoengaño en espera siempre fallida de una recompensa, por los sufrimientos que conlleva la mera existencia. Si al menos fuéramos "idiotas oficiales”, al estilo de las repúblicas y democracias antiguas, en las que no había disimulo ni engaño democrático, porque allí no decidían ni mujeres ni esclavos, ni tampoco los “idiotas” voluntarios que hoy diríamos pasotas y abstencionistas. Al menos entonces no había engaño y solo decidían los poderosos -propietarios, sacerdotes, militares y comerciantes-, y los otros, el resto, nada tenían que ver en la mentira de unos asuntos “públicos” que en realidad son asuntos del Estado y por tanto ajenos a nosotros, los pequeños propietarios de un pisito, asalariados contemporáneos, más o menos felices, esclavos e "idiotas".

Se dice en ese Manifiesto: "Es hora de encarar la verdad. Y la verdad es que todo lo que nos rodea contribuye a la disolución de las ilusiones que, como si fuesen “paños calientes”, nos habían arropado hasta ahora. Hemos asistido al desplome de las ilusiones sociales, económicas, medioambientales, políticas, y recientemente sanitarias, que habían apuntalado nuestro endeble edificio vital, dejándonos desnudos ante una estremecedora evidencia: estamos solos ante un mundo que, como afirma el filósofo italiano Manlio Sgalambro, está en contra nuestra"..."Cuando todos los discursos progresistas, buenistas y justificativos de la existencia nos abandonan, y el mundo entra (una vez más) en bancarrota, solo la filosofía pesimista parece ofrecernos un agarradero sólido e inmutable, por el que no parecen pasar los siglos...El pesimismo que defiendo no debe ser quietista, sino activo, combativo y heroico (como sostenía José Vasconcelos). También aquí me parece que sirve de mucho atender a las reflexiones del citado Sgalambro...una filosofía regida por una decidida voluntad (pesimista) de verdad debe responder, asimismo, a lo que Sgalambro llama "el imperativo del final de los tiempos”...En este sentido, un reto fundamental al que habrá de enfrentarse la filosofía que ha de venir ha de ser enseñarnos a resistir impávidos y solidarios, con ánimo esforzado –como diría nuestro señor D. Quijote– las pruebas que nos mande el destino (es decir: ese mundo -Naturaleza o Tierra-que como el Mercado o el Estado pasa de nosotros, y al que le somos completamente indiferentes).

Y eso es lo que me pasa, que me veo implicado en todos los asuntos humanos y públicos como si el fin de los tiempos fuera inminente. Algo muy potente ha tenido que suceder, en estos años del Gran Confinamiento, para que tenga que decir que estoy muy de acuerdo con ese manifiesto pesimista...alguien que, como yo, tiene merecida fama de optimista irredento.

 

* * *

PD: 

1. Todo ésto era solo para relatar mi reciente afinidad espiritual  con gente como ésta, Baudelaire, Sgalambro, Battiato... y todo por culpa del Gran Confinamiento, que me ha dejado roto y viejo, definitivamente aislado en mi optimismo ontológico, porque, a decir verdad: ¿de qué sirve, qué ganamos con morir por nada?...de ahí que  nos veamos obligados a decir la verdad, cueste lo que cueste.

2.También es verdad que gracias a mi indagación sobre la filosofía pesimista de Manlio Sgalambro, descubro que su amigo el cantante  Franco Battiato (al que tanto admiré), pues resulta que siendo tan pesimista como él mismo, pintaba colores tan vivos como éstos: