sábado, 6 de julio de 2013

POR LOS CASTILLOS DE LAS LORAS



Hacía tiempo que no íbamos al valle de Recuevas, a ese rincón de las Loras palentinas tan conocido por los  jóvenes escaladores que frecuentan sus vías de escalada, concentradas en el recuenco calizo del valle, junto al paraje de las Tuerces y muy cerca del pueblo de Gama, en el alfoz de Aguilar de Campoo. La angosta entrada al valle te prepara para la sorpresa, en un camino que se estrecha al poco de su inicio, paralelo a un arroyo recién nacido y en medio de una floresta variada y exuberante.


Esta vez iniciamos el recorrido del valle por los altos de su borde occidental, para verlo bien desde arriba y para no interrumpir el trasiego de cordadas que a estas horas inician sus trepadas en las numerosas vías  equipadas allí existentes. La meseta superior está poblada por un hermoso pinar, que a estas alturas de junio se encuentra en su máximo explendor.


Vamos circundando el recuenco y nos situamos frente a la obligada angostura por la que hemos entrado nosotros como toda la gente que a esta hora ya puebla esta inmensa hondonada, que parece un capricho geológico, un espacio vaciado por la paciente erosión de aguas, hielos y  vientos, a lo largo de tantos siglos imposibles de imaginar.


En la meseta que se alza sobre el sitio de Recuevas decidimos dirigirnos hasta el cercano castillo de Gama. Es un castillo de los que a mí me gustan, situado en lo alto de un roquedo agreste y construido en forma austera y eficiente. Se construyó para la vigía de los pasos por los valles próximos, para refugio y defensa de las gentes del lugar durante las escaramuzas bélicas propias de la frontera, en los tiempos en que fueron repobladas estas tierras.

El castillo de Gama con las cumbres de la Montaña Palentina al fondo

Lo que queda del castillo se confunde desde lejos con el roquedo en el que se alza, justo encima de la aldea de Gama. A finales del siglo XI, Gama y su pequeño alfoz pertenecían a Ferrán Roiz, hasta que en 1096 el rey Alfonso VI  lo concede a Nuño Pérez de Lara;en 1513 sabemos que pertenecía al conde de Osorno, don Pedro Manrique, emparentado con el marqués de Aguilar, con quién mantuvo intensas enemistades y refriegas, a cuya época hace referencia esta coplilla popular:

Castillito de Aguilar,
dime quién te derrotó.
El castillito de Gama,
que pudo más que yo.


A los pies del castillo, la aldea de Gama sigue su vida tranquila cuando me viene a la cabeza el origen de su enigmático nombre, el topónimo cántabro “garma”, que significa “lugar situado en terreno abrupto, donde es fácil despeñarse”.


Tras recorrer el breve y estrecho asentamiento de sus actuales ruinas, con cuyos restos fue levantada la pequeña ermita que hoy ocupa buena parte del solar, decidimos regresar al valle de Recuevas por el sendero señalado por un cartel junto al castillo. Descendemos por un vallejo profundo y empinado que nos deja al pie de unos farallones también muy frecuentados por los escaladores. Y de ahí a casa, que ya hace mucho calor.


Al día siguiente improvisamos una excursión a un pueblo cercano a la ciudad de Burgos -que tan cercana nos es- para visitar a gente querida, que tras los abrazos y conversaciones correspondientes a la ocasión, nos invitan a dar un paseo por Ubierna, la pequeña villa medieval, un paseo que incluye su castillo roquero, similar al de Gama. 


Desde el cuidado caserío de Ubierna, nos adentramos en el monte, bordeando el cerro donde se localiza su ruinoso castillo, para alcanzar una meseta poblada de encinas y descender luego por un vallejo hasta entonces oculto, cuyo fondo lo ocupa una espectacular pedrera en medio del  tupido encinar que nos envuelve.


Tras descender aquel canchal, se sale a campo abierto, ya camino del castillo por su flanco norte, abriéndonos paso por un sendero que alguien trazó antes de nosotros en medio del tieso cereal que nos quiere cerrar el paso, de regreso a Ubierna.

Castillo de Ubierna, ahora y antes (foto de 1925)

El castillo de Ubierna fue fortaleza medieval de gran dimensión y relevancia histórica. Ubierna fue fundada el año 884 por el conde castellano don Diego Rodríguez Porcelos y fue una de las villas que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, donó en carta de arras a su esposa Jimena. La expansión del condado castellano, desde la cordillera Cantábrica durante el siglo IX, justifica la construcción de este castillo y otros cercanos, como los de La Piedra, Urbel y Peña Amaya, con los que formaba una línea defensiva. Hay que pensar que en el siglo XI este territorio fue frontera entre los reinos de Castilla y Navarra y el escenario estratégico de prolongadas disputas territoriales entre ambos reinos.

Sabemos que las ruinas del castillo fueron saqueadas,  hace relativamente pocos años, para reutilizar su mampostería;  buscando testimonio de ello, he encontrado una fotografía antigua, tomada hacia el año 1925 por un tal Eustasio Villanueva, en la que se aprecia bien la diferencia con la ruina actual y que nos permite imaginar la prestancia original del castillo de Ubierna.

El bar "medieval" de Ubierna

Tomando una cerveza en el bar  “medieval”  del pueblo, no puedo por menos que satisfacer mi maníatica curiosidad por los topónimos, en este caso por el de “ubierna”, que tanto me recuerda al de la "overnia" francesa (Auvergne). Sorprendentemente, alguien del grupo dice tener conocimiento documentado al respecto y me cuenta que su origen está en la tradición pastoril de esta villa y  su territorio: “tierra de ovejas” vendría a ser el significado del topónimo, similar a otros conocidos desde los primeros siglos de nuestra era, como el referido en Francia o como el caso de Irlanda, a la que en algunos documentos romanos también se la nombraba como Overnia, en los siglos IV y V.

Y, sin querer -porque una conversación lleva a otra sin pretenderlo-, acabamos hablando de los castillos de las Loras y de los castillos franceses de la Loire - salvando las distancias de tan atrevido paralelismo-, lo que me lleva a trazar mentalmente una ruta por estas Loras castellanas, una ruta que  enlace los magníficos enclaves de sus castillos medievales. Una ruta para viajeros de a pie, porque estos castillos no se pueden visitar "a lo turista", hay que subir a sus altos con cierto esfuerzo y hay que pasear  en silencio por el paisaje desolado de sus piedras caídas. A poco que escuchemos, esas piedras nos cuentan historias de tiempos apasionantes en que las cosas empezaban a nombrarse en un idioma nuevo, pero con palabras de origen muy antiguo, en el que los campesinos se autogobernaban en concejos, en el que se empezaron a construir edificios en un estilo común y muy extendido por tierras de naciones remotas. Es el paisaje histórico y geológico de estas Loras románicas, donde castillos e iglesias nos remiten al primer arte propiamente europeo, al primer esbozo de la idea de Europa.  

Castillos de Aguilar de Campoo y Rebolledo de la Torre

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