martes, 12 de septiembre de 2017

ESPAÑA, CATALUÑA Y EL TERCER ESTADO

Manifestación nacionalista contra el nacionalismo

 
«El gobierno despótico es un orden de cosas donde el superior es vil y el inferior está envilecido»
Nicolás Chamfort, seudónimo de Nicolas Sébastien-Roch (1741 -1794), moralista francés, lúcido y escéptico, elegido miembro de la Academia Francesa en 1782.


ESPAÑA, CATALUÑA Y EL TERCER ESTADO
Antes de que la modernidad pudiera configurarse como obra del Estado, las mismas élites que alumbraron la ideología estatal, llamaban “estados” a otras cosas. Distinguían tres estados: nobleza, clero y pueblo. Los dos primeros estaban integrados por aquellos individuos que no necesitaban producir nada mientras pudieran vivir del trabajo del tercer estado (el resto de individuos, dedicados a trabajar para sí mismos y para los dos estados “superiores”). Lo que caracterizaba esa división social era, fundamentalmente, la forma en que cada uno de esos estados se ganaba la vida: nobleza y clero no trabajaban, no ganaban su sustento con el trabajo, ni manual ni intelectual, eran “trabajadores” a su modo estatal (esencialmente militar y clerical e, incipientemente, comercial). Su sustento provenía de la renta de tierras expropiadas o heredadas y de los impuestos aportados bajo amenaza de violencia armada. En eso consistía la legalidad constituyente del moderno Estado burgués. Solucionada la primera parte del “sistema” con la legalización de la apropiación privada, la hacienda estatal venía a ocuparse de la segunda parte, mediante los Presupuestos del Estado con los que financiar, mediante impuestos sustraídos al Tercer Estado, las necesidades de los dos primeros estados, así como las crecientes necesidades del aparato legal, burocrático y militar necesario al funcionamiento de los nuevos estados surgidos de la revolución burguesa.

Y hasta hoy, la mecánica de todos los Estados no ha dejado de ser eso, un mecanismo infalible para la defensa a ultranza de la propiedad privada (ya sea en la versión liberal como en la burocrática versión de las vanguardias proletarias que vendrían después), junto a la transferencia forzosa de los bienes producidos por el Tercer Estado a los dos estados superiores, ahora artificialmente fundidos en un único Estado. El disimulo no puede estar más logrado, la clase burguesa sigue siendo hoy la verdadera titular y propietaria del mecanismo de dominación, el nuevo Estado burgués por ella generado. De modo exitoso ha logrado normalizar la violencia original que fundamenta su poder absoluto. Así, pues, el nuevo Estado no tiene finalidad distinta a la del viejo Estado, la de perpetuar esos dos principios que le son constituyentes: 1. la apropiación privada de la Tierra y 2. la apropiación de los frutos del trabajo realizado por los individuos pertenecientes al Tercer Estado.
La burguesía nunca tuvo confusión al respecto, siempre supo distinguir entre Pueblo (los que para vivir tienen que trabajar) y Estado (ellos mismos, los que por “derecho de herencia” o por “derecho de mérito” pueden vivir del trabajo ajeno).

Y, sin embargo, hoy, en el imaginario estatal como en el popular, resulta que Pueblo, Hacienda y Estado somos todos. En eso consiste el gran triunfo del moderno Estado moderno, en haber logrado que el Pueblo se lo crea.

 
1. El trabajo es al Pueblo como la dominación es al Estado
Durante la mayor parte de los siglos, el trabajo intelectual nunca fue considerado “trabajo” en sentido estricto, porque todo individuo hace la tarea y el esfuerzo de pensar, también cuando trabaja, a no ser que se crea que quien realiza un trabajo manual no posee o no utiliza la inteligencia. La actividad productiva tardó siglos en ser considerada mercancía -algo que se podía comprar mediante precio- hasta la aparición del salario; antes siempre fue trabajo libre o trabajo esclavo. El trabajo asalariado sustituyó a la esclavitud sin superar la relación de sumisión que les es común. El trabajo intelectual tuvo que esperar mucho más hasta llegar a ser considerado como mercancía que, como el trabajo manual, también podía ser comprada.

Por supuesto que la sociedad industrial del presente es mucho más compleja, claro que las antiguas clases sociales -los estados de nobles y clérigos- han sido diluidas y sustituidas por otras nuevas, resultantes de los nuevos modos en que hoy se produce la división social del trabajo, pero esta nueva división social del trabajo igualmente va dirigida hoy a lograr la acumulación y reproducción del capital; en esencia, la función de las clases hoy dominantes sigue siendo la misma que en el sistema feudal, del que surgiera la revolución burguesa y con ella el Estado moderno, alumbrado por una renovada clase social, resultante de la fusión de las anteriores clases privilegiadas, devenidas hoy en una clase única, burguesa y polimorfa, cuya característica común y distintiva es su ideología estatalista, indisolublemente asociada a la economía capitalista, que sigue caracterizándose por el proverbial y antiquísimo desprecio que por el trabajo manual profesan las élites dominantes. 

 
2. La ilusoria fe estatalista del izquierdismo burgués 
A pesar de la contumacia de los hechos históricos, todavía resiste un pensamiento “progresista” que alberga la esperanza ilusoria de un Estado, si no proletario (eso tiene muy mala imagen tras la experiencia soviética), sí, al menos de un Estado “justo” en su trato con las clases trabajadoras, eso que ha dado en llamarse el Estado de Bienestar, un Estado que ni resuelve el Problema de fondo, ni quiere resolverlo, pero que está dispuesto a permitir cierto nivel de libertades y consumo a las clases trabajadoras, siempre que eso no ponga en riesgo el orden que permite la apropiación privada de los medios de producción y la acumulación-reproducción del capital, es decir, sin riesgo alguno para el orden estatal que asegura la perpetuidad de las élites dominantes.

El progresismo burgués, hoy repartido entre liberales, socialdemócratas y populistas, es en el siglo XXI más estatalista y conservador que el mismísimo abate de Frèjus, Emmanuel Sieyès, que en 1789 pensaba que los estados primero y segundo (los que no trabajaban) debían ser excluidos de la nación soberana y que, por tanto, la legítima soberanía sólo correspondía a los franceses que vivían de su propio trabajo, es decir, al tercer Estado, al Pueblo (1).

3. Teoría y realidad del Estado. La ortodoxia estatalista, en su teórica formulación moderna, afirma que la institución del Estado “tiene su origen y fundamento en la voluntad y acuerdo de la colectividad de individuos que la constituyen, en el marco espacial del territorio por ellos habitado, siendo una institución que no admite ningún poder superior, ni injerencia alguna de poderes externos”. Pues bien, la historia real del Estado no sólo contraviene ese fundamento teórico, sino que ratifica pertinazmente su contradictoria ejecutoria, totalmente contraria a los principios sobre los que dice constituirse. No hace falta recurrir a una selección de ejemplos, ya que todos los Estados tienen su origen en un mismo acto coercitivo y previo a su constitución, que cuestiona el mismo principio jurídico del que pretende servirse para dotarse de apariencia “legal”. El pensamiento estatalista presupone un tiempo previo a la constitución del Estado en que los individuos no acataban norma alguna y en el que, por tanto, su inseguridad estaba servida y generalizada. Es este pensamiento el que condiciona la interpretación de la historia y no al revés. Así, la libertad de pensamiento es imposible en el modo estatalista de pensar e interpretar la historia, porque obvía la previa y necesaria libertad de conciencia que, ésta sí, no admite condicionamientos previos ni externos; siempre cabe la posibilidad de que cada pensamiento concreto pueda ser impuesto a la fuerza o, al menos, inducido mediante adoctrinamiento o acostumbramiento. No considerar esa posibilidad supone un auténtico desprecio por la libertad de conciencia.

Los estatalistas están convencidos de que antes de la existencia del Estado moderno nunca la sociedad humana pudo haberse dotado de instituciones de autogobierno. No conciben la vida humana sin el orden y la seguridad que, según ellos, proviene del Estado. Por eso se saltan la parte de la historia en que las comunidades humanas convivían trabajando sólo para sí, sin trabajo esclavo ni asalariado, sin la existencia de una clase dominante y sin ninguna forma de Estado. Pasan alegremente por encima de la historia, salvando sólo los tres últimos siglos de modernidad burguesa y despachando frívolamente el resto de la historia humana, que simplifican y etiquetan groseramente como Tiempo Oscuro: todos los siglos en los que la humanidad era “atrasada y salvaje”.

4.Soberanía al modo estatal: sin libertad ni autonomía, ni individual ni comunitaria
Al modo estatal, se presupone que yo puedo ejercer mi soberanía individual participando de una supuesta soberanía nacional, mediante un voto que me permite decidir no sólo sobre asuntos que me conciernen, sino también sobre otros que no me conciernen a mí, pero sí a otros individuos y colectivos que viven en Valladolid, aunque yo viva, por ejemplo, en Barcelona.
Si así fuera, sería una barbaridad en sí misma, pero no hay que alarmarse porque no es verdad. Mi voto, como mucho, sólo sirve para decidir quién decide; y eso, suponiendo que ese al que yo voto sea quien realmente decide, al margen de que haya sido puesto por voluntad de las élites que dirigen los partidos, y suponiendo, además, que sus decisiones como gobernante no sean condicionadas mediante pago a cargo de un tercer interesado que, al final, es quien realmente tiene el poder de decidir sobre lo que nos concierne a los individuos que votan, vivan éstos en Valladolid o en Barcelona.

Mi soberanía individual sólo es absoluta sobre aquello que corresponde a mi privacidad, a mi vida personal, es una soberanía prepolítica y siempre sometida al conflicto natural que se origina en las relaciones entre individuos. Mi soberanía sólo es política cuando es ejercida sobre aquello que nos es común a quienes convivimos en un mismo territorio viviendo de nuestro trabajo; es, por tanto, cosoberanía, compartida e intrasferible. Mi soberanía no puede invadir ni suplantar la de ningún otro individuo, sólo me corresponde a mí, es de mi exclusiva responsabilidad, no puedo traspasarla a nadie, definitivamente, es irrepresentable. Esta soberanía política es, pues, inseparablemente individual y comunitaria. Sólo un individuo irresponsable puede renunciar a su soberanía. Soy responsable del gobierno de mi comunidad y eso sólo es posible en democracia, es decir, cuando quien gobierna es la comunidad de la que formo parte, cuando el gobierno no puede tomar decisiones por sí, porque su dedicación consiste en ejecutar lo que previamente ha sido decidido por la comunidad, por el Pueblo soberano constituido en asamblea de iguales (democracia).

El Pueblo -los que trabajan y viven en comunidad- es, pues, la única institución soberana, totalmente incompatible con cualquier forma no democrática de gobierno. El Pueblo soberano sólo puede ser constituido por sí mismo y este acto constituyente es previo y superior a cualquier otra instancia, a cualquier otra voluntad que no sea la propia.
La organización democrática de la sociedad sólo puede concretarse localmente como asamblea comunitaria y soberana; y universalmente como federación de comunidades igualmente soberanas y autogobernadas, una federación cuya soberanía sólo puede ser ejercida sobre aquello que es común a las comunidades que la constituyen. 

 5.¿Por qué estar a favor del procés catatalá?
Porque para la causa del Pueblo lo más inteligente es utilizar la misma estrategia que tan buenos resultados le ha proporcionado a la inteligencia del Estado: divide y vencerás. Si con esa estrategia el Estado ha logrado transformar al Pueblo en populacho, también servirá para debilitar al Estado hasta transformarlo en estaducho.
Como no albergo duda alguna de que el buen camino es el que apunta a ese fin, bienvenido sea el proceso independentista catalán y todos los que le sigan, para contribuir así a la fragmentación y debilidad del Estado, condición necesaria para frenar el proyecto de dominación iniciado con la revolución burguesa y para avanzar en el camino hacia la emancipación de pueblos e individuos.

La revolución burguesa, a pesar de su predominio global de tres siglos, ha fracasado en todos sus originales objetivos -libertad, igualdad y fraternidad-, ha perdido toda su legitimidad en un tortuoso currículum histórico concretado en una progresiva concentración de poder absoluto en manos de las élites, teniendo como consecuencias la sistemática destrucción de la naturaleza, de la individualidad y de la comunidad, dando lugar a un largo periodo histórico, preñado de periódicas crisis económicas y guerras mundiales, sin que los espectaculares logros tecnológicos hayan servido para tapar su inequívoco rastro de esclavitud, destrucción y muerte.
El Estado de dominación está alcanzando el límite de sus irresolubles contradicciones y está llegando a un punto en el que pudiera parecer que la única razón que le resta es sólo su fuerza legal y militar (la razón de Estado). Pero no es así, lo más grave de todo es que durante todos estos largos años de dominación y adoctrinamiento, la mayoría social ha sido bien adiestrada en la sumisión al Estado, es de natural “estatófila”, a la mayoría social le parece tan natural el Estado como el aire que respira, hasta el punto de no poder siquiera imaginar su propia vida sin la presencia omnipotente del Estado. Es más, una buena parte de esa sociedad-masa ha llegado a interiorizar y sacralizar la ilusoria creencia, esperanza, en un utópico Estado redentor, gobernado por una benéfica coalición “progresista”. Ha llegado a pensar que el Estado puede ser reformable y reorientable, para ser puesto al servicio del Pueblo, como si Pueblo y Estado no fueran realidades incompatibles, que de natural se repelen y excluyen entre sí.
Pero la testaruda realidad contradice la esperanza del progresismo burgués a cada minuto que pasa, a nada que van quedando al descubierto sus enormes dificultades para diferenciarse de la derecha conservadora en algo que no sea la mera conservación del poder mediante el manejo de las estructuras del Estado. La competencia electoral permite a ambas facciones repartirse los beneficios derivados del control del Estado, con el beneplácito de sus respectivas masas clientelares. No pueden hacernos olvidar que los partidos políticos son instituciones estatales de orígen burgués, desde el instante mismo en que los Estados iniciaran  su modernización, como consecuencia de la revolución burguesa.

En la antigüedad, en la modernidad y en la postmodernidad, siempre, todos los Estados tuvieron y tienen su origen constituyente en la voluntad de dominación sobre individuos y Pueblos mediante la concentración del poder económico, político y social que logran reunir y manejar a través de las estructuras del aparato estatal. Podemos buscarle múltiples variantes e interpretaciones históricas o filosóficas, darle miles de vueltas, cabrán otros relatos, pero no otra verdad.
Las excepcionales épocas históricas en las que el Pueblo existió como sujeto político, éste nunca tuvo intención ni necesidad de constituirse como Estado, siempre lo hizo en forma de comunidad autogobernada en asamblea de iguales. La razón es sencilla y de sentido común: la existencia de los Estados es radicalmente incompatible con la de los Pueblos y con su forma de autogobierno (la democracia), porque el Estado es su depredador natural.
Hubo un tiempo en que Pueblo y Estado pudieron parecer compatibles, quizá cuando los pueblos acordaban sus fueros con reyes medievales, pero aquellos fueros dejaron de ser respetados a medida que los Estados feudales fortalecían sus estructuras de dominación y fueron saqueados los bienes comunales en alianza con los antíguos nobles y clérigos y con la nueva clase burguesa que iba naciendo en Europa con la colonización-invasión de nuevas tierras y pueblos y con el consiguiente auge del comercio-explotación de mercancias y de esclavos.
Y aún así, a pesar de esa continuada derrota del Pueblo durante buena parte de la historia humana, el sentido individual y comunitario de libertad e igualdad sigue latente en individuos y sociedades, si bien falsificado, suplantado bajo el estatal concepto de “nación”. En sustitución de la comunidad, los Estados generan identidades “nacionales” y el sentimiento que conocemos por nacionalismo no es sino un mal sucedáneo de comunidad, que es muy útil al Estado, porque fragmenta y debilita al Pueblo, separa, divide y enfrenta a individuos y a comunidades entre sí, aislándolos en múltiples identidades opuestas y, en definitiva, haciéndolos manejables y funcionales al Estado.

Asistimos al apogeo del confusionismo como máximo logro de la inteligencia estatal, no se olvide que ésta reside en el Estado Mayor de los ejércitos. Han logrado imponer su facebook, su paranoia global, ridiculizando e inoculando al tiempo la patología conspiranoica, alentando y atacando cualquier cosa y su contraria, metiendo todo en el mismo saco de la confusión, para que todo quepa en el saco estatal. Individuos y pueblos no podemos estar más confusos, divididos y enfrentados.

Esa exitosa estrategia hay que volverla contra el Estado, así que deseo el triunfo del secesionismo catalanista y de todos los secesionismos estatalistas, porque ese “procés” debilitará al Estado español tanto como al Estado aspirante, el catalán; dificultará la creación del Estado europeo y debilitará al Estado en general, acortando el camino hacia la revolución integral necesaria para la autoconstrucción del Pueblo como sujeto político y necesaria para la instauración de la democracia a escala local y global.

(1)Emmanuel Sieyés: ¿Qué es el tercer estado?, en El Tercer estado y otros escritos, de 1789.

PD.: Todas las oficiales y mediáticas interpretaciones del atentado terrorista me merecen tanta consideración como cualquiera de las versiones conspiranoides que circulan por facebook: ninguna. No me cabe duda alguna acerca de quiénes fueron los autores materiales del atentado terrorista que tuvo lugar en las Ramblas, de que las inocentes víctimas fueron asesinadas por una furgoneta conducida por un trastornado que cumplía órdenes de un Estado, el islámico. Y sin embargo, la confusión mediática y conspiranoide está servida.
¿Qué periódico y qué lector recuerda hoy el nombre de esos inocentes? Pocos días después del atentado sólo queda el olvido y la confusión en la memoria de las gentes, sólo perdura el escenario de una batalla publicitaria en la que todas las partes ganaron, imponiendo la razón de sus respectivos Estados, el islámico, el español y el hipotético estado catalán.
No digo que las cloacas de esos Estados fueran directamente ejecutoras de aquellas muertes, digo que la inteligencia estatal que se mueve en esas cloacas, la que dirige el rumbo de los Estados, es corresponsable indirecta, por utilizar esas muertes publicitariamente.
Todos los contendientes en esa batalla mediática son Estados, el yihadista, el españolista y el catalanista. Menos los muertos, todas las partes ganaron algo: el Estado islámico consiguió meter más miedo en el cuerpo de Al-Andalús y de Europa; el estado español impuso la idea de una policía catalana ineficaz, de que Cataluña no está preparada para ser un estado independiente; y el futuro estado catalán impuso la idea de que el Estado español había conspirado contra Cataluña al ocultar información a los Mossos de Escuadra, para dejar en ridículo al futuro Estado catalán en ciernes. Y hasta el estado imperial de USA quedó muy bien, haciéndonos saber que la CIA cuida de nosotros, vigilando y avisando de la posibilidad de un atentado terrorista en las Ramblas de Barcelona...y es que mientras ésto siga así, el Estado, como la Banca, siempre gana.

 




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