miércoles, 30 de marzo de 2016

PARA QUE PRENDA LA REVOLUCIÓN INTEGRAL (Parte I)


El contexto

I

¿DE DÓNDE PARTIR?

El cultivo de la empatía. El principio de sanación y la teoría de la crisálida


A. Planteamiento

Existen el bien y el mal, como existen la salud y la enfermedad. La empatía es el estado de salud espiritual que nos conduce a obrar bien y con verdad, es lo que nos lleva a comportarnos bien con los demás, a no engañarles ni hacerles daño, porque si lo hiciéramos sería como engañarnos o hecernos daño a nosotros mismos. Definitivamente, la empatía es lo que nos hace humanos.
Sin mucho éxito y antes de que existiera la ciencia de la psiquiatría, la empatía fue bien definida por un paisano de Judea, hace más de dos mil años: “ama al prójimo como a ti mismo”.

Si, como afirman los psiquiatras, sólo el veinte por ciento de la población mundial practica, tiene empatía, resulta que la mayoría, el ochenta por ciento, padecemos algún tipo de psicopatía. Vivimos, pues, en un mundo superpoblado por psicópatas, por gente que “hace su vida” al margen o en ignorancia de toda forma de empatía; una sociedad que, si algún día tuvo y cultivó la empatía, ha dejado de hacerlo por alguna razón que, por la cuenta que nos tiene, nos es obligado averiguar.
El cultivo de la empatía sería, pues, la asignatura principal del aprendizaje humano, la justificación y clave de todo sistema educativo en una sociedad sana.


La empatía es núcleo de la ética y clave de la civilización humana. El estado de empatía es el estado propio del ser social que somos. Por muchas vueltas y rodeos que le demos a las causas de las guerras, de la barbarie, de la explotación o de la miseria que se extienden por todo el orbe, siempre encontraremos la ausencia de empatía como explicación primera. La empatía es el verdadero indicador del progreso o del retroceso de las cualidades humanas, de su evolución. En la medida en que la carencia de empatía se hace global y hegemónica, es obvio que nos acercamos a nuestra máxima decadencia y, con toda probabilidad, al fin de la civilización humana.

Mis limitaciones, mis defectos físicos o mis enfermedades, son mías, sólo a mí pueden perjudicarme mientras no sean contagiosas. Pero mis psicopatías -mi carencia de empatía- perjudica directamente a los demás, es un mal mayor, es la enfermedad social por excelencia.

Cada uno de nosotros somos seres únicos y, por tanto, desiguales. Sólo a un psicópata pueden parecerle pocas nuestras desigualdades naturales, como para añadir, además, las desigualdades sociales, económicas y políticas, a sabiendas de que con ello se está haciendo daño. Una sociedad sana sólo puede ser empática, o sea, compasiva e igualitaria. Deberíamos, pues, identificar la empatía como la condición necesaria para el bien vivir, en estado de salud personal y social.

Puede que haya psicopatías congénitas -aunque lo dudo-, pero creo que la mayor parte son inducidas, creo que somos adiestrados a diario en ellas, incluso en nuestras casas y escuelas, en las empresas y en las universidades, en el ocio y los negocios, en la publicidad y en los supermercados, en libros, películas, televisiones, videojuegos, internetes y periódicos, en la consulta del médico y en las oficinas del INEM, en los sindicatos y partidos, en el ejército, en el parlamento y en los campos de fútbol, en la religión y en el sexo...vayamos donde vayamos, a todas horas, somos inoculados con un buen cóctel de psicópatías.

Por mucho que la National Geographic nos haya acostumbrado a ver el espectáculo de la belleza de la Tierra, fotografiada desde el espacio, decidme si no es de psicópatas que el planeta común sea manejado como un botín privado; decidme si no es pura barbarie la “normalidad” del catastro de la propiedad, que organiza el planeta en parcelas alambradas, en trozos de propiedad particular, decidme si no es una verdadera salvajada legalizar la apropiación privada de lo común, si no es una enfermedad social bien grave la ley de la propiedad privada, que protege el saqueo y el robo de la Tierra común.

¿Y qué decir del trabajo asalariado, mediante el que la mayoría de la gente del mundo se ve obligada a ganarse la vida? ¿Dónde está la empatía del ser humano que es capaz de someter a otro en su propio beneficio?, ¿es que acaso no está enfermo quien ve libertad donde sólo hay dependencia, quien ve dignidad en el trabajo asalariado, donde sólo hay esclavitud?...y llegados a este punto, vivir de las rentas resultantes del trabajo ajeno o de la mera propiedad de la tierra, decidme si esos no son oficios propios de mentes enfermas, carentes de empatía, gravemente aquejadas por algunas de las muchas variantes de la enfermedad mental... ¿ y el oficio sacerdotal o el político, esas dos psicopatías paralelas, qué decir del enfermizo respeto con los que son considerados estos oficios?

Pues bien, creo que todo empieza a partir de ahí, que la revolución integral debería consistir básicamente en subvertir el estado enfermizo de la sociedad humana, en extender la empatía y combatir las psicopatías que constituyen el programa político de las élites que nos gobiernan y que durante los dos últimos siglos han ido concentrando todo su poder en estructuras financieras y políticas de alcance global, en una infernal alianza de poderes fácticos, todo ello para tener poder, dominio sobre el prójimo, la enfermedad psicópata en su máxima expresión.

Pero no todo está perdido, creo que queda un recuerdo de la primigenia empatía humana, un rescoldo que aún podría ser reanimado. Para dar con él hay que seguir su débil rastro en la gente que, por vía política o religiosa, se siente “de izquierdas”. En alguna gente de derechas también hallaremos algún rastro parecido, pero de más dificil sanación, porque estas gentes son psicópatas convencidos, recalcitrantes a conciencia, gente que por sistema prescinde y desprecia su propio catecismo, prevaricadores que a sabiendas ignoran en su beneficio que además de por obra, también se peca por omisión; para ellos, en todo caso, la empatía es cosa celestial, la utopía que corresponde a un mundo ficticio situado en el más allá. Los psicópatas de izquierdas, aún padeciendo la misma enfermedad mental, al menos tienen, tenemos, una cierta mala conciencia empática y, por tanto, tienen, tenemos, un mejor diagnóstico. La revolución integral no debe excluir a nadie, pero, si ha de prender debe priorizar objetivos y, por tanto, mejor empezar por la gente más próxima a la empatía, la que se siente “de izquierdas”.

B. Conclusiones:

Primera conclusión: la empatía como principio ético universal, con la finalidad de alcanzar el mejor estado posible de salud física y espiritual; la revolución integral como el proceso de sanación, personal y colectivo, que es necesario a tal fin.
Segunda conclusión: antes de alcanzar la madurez revolucionaria, es obligado conquistar la izquierda social, construir la “nueva izquierda” como crisálida a partir de la caduca larva de la vieja izquierda.



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