domingo, 19 de abril de 2015

NO, NO SOMOS TAN INOCENTES




Pudiera parecer inocente la gente de la clase trabajadora que obligada por las circunstancias dedica los días a sobrevivir y a reclamar mejores condiciones económicas. Seguro que no lo es la clase dirigente que la representa, sindical y políticamente, la que en sus programas "hacia la emancipación” nunca cuestiona el trabajo asalariado como un mal en sí mismo, como algo que en esencia no es otra cosa que dependencia y sumisión de por vida, que anula al individuo y lo convierte en mercancía laboral, en objeto funcional del mercado. Nunca lo cuestionan como algo indeseable y detestable que atenta contra todo entendimiento de la libertad, que es destructivo de la esencia y cualidades humanas. Esa clase dirigente, que ha hecho o aspira a hacer del izquierdismo su oficio, nunca dirá que hay que acabar con el trabajo asalariado, porque en la perpetuación de éste, a cargo de patrón privado o estatal (¿qué más da?), ven la oportunidad de su propia prosperidad. ¿Cómo se puede esperar que algún día pongan en sus programas que la abolición del trabajo asalariado es finalidad ética, primordial e irrenunciable, para todo ser humano?, ¿cómo van a proponer lo contrario de lo que sólo a ellos les conviene?


Por eso el izquierdismo es tan devoto del Estado que sostiene al Capitalismo; y del Ejército que a su vez sostiene al Estado. Su anticapitalismo es relativo y superficial, funcional a su discurso electoral, rehuye lo esencial del mismo, su condición delictiva de origen. Es un anticapitalismo que no se opone a la parcelación de la Tierra y a la apropiación de sus frutos, que entiende como natural el saqueo privado o estatal de la naturaleza común, la que por serlo es inalienable. No somos responsables por haber sido instruidos en esa religiosa devoción izquierdista por la economía como razón exclusiva de la vida humana, pero sí lo somos cuando dejamos de pensar por nosotros mismos. 

No somos tan inocentes cuando vemos el planeta común con ojos que no son nuestros, cuando vemos en la Tierra un yacimiento de empleo, pura economía, un bien apropiable y consumible, materia prima para el consumo sin límite, para la industria (funeraria) por excelencia. Esa es la ideología económica que iguala a izquierdismo y derechismo, su común ideología del crecimiento y el consumo, del goce económico como felicidad, última finalidad de la existencia...una ilusión similar a la que padece todo aquél suicida que se arroja al vacío convencido de que encontrará en su fondo la liberación que busca. No, no son inocentes.

No son inocentes los humanos que maltratan a mujeres y/o a hombres, lo son todos los humanos antisexistas, no lo son todos los hombres y mujeres que se dicen feministas. No lo son los que fían la protección de las mujeres a cargo de la Policía y de otros departamentos del Estado especializados en la “igualdad”, a cargo del mismo Estado que dedica el resto de sus ministerios a fomentar la desigualdad, a maltratarlas tanto o más que a los hombres. No son inocentes quienes se escandalizan por la violencia a la que son sometidas muchas mujeres a manos de sus parejas, mientras callan la violencia existencial que soportan a diario, la que tiene su causa en el poder de sus jefes y jefas, patronas y patrones. No son tan inocentes los feminismos que reclaman igual cuota de maltratadores. No son inocentes las mujeres machistas que enseñan sexismo en la escuela o en la familia, no es inocente la costumbre de los Estados que consiste en enviar a la guerra sólo a los hijos varones de las mujeres de la clase trabajadora, eso sí que es la suma del peor feminismo y el peor machismo juntos. No son inocentes quienes jalean la guerra entre sexos que alienta el Estado. No son inocentes los feminismos y machismos que propician la devastación de la maternidad y el erotismo, al hacerlos funcionales a la economía nacional y a la moda dictada por los mercados. Sólo son inocentes quienes promueven la libertad en igualdad radical de todos los seres humanos, quienes atienden a su esencial dignidad, no a la economía de su ego, ni a la de su entrepierna.

Somos inocentes por aquello que nos es impuesto y que soportamos por primaria necesidad, pero no lo somos cuando lo damos por bueno, cuando lo aceptamos sin reserva, cuando no deseamos su extinción, sino medrar en su perpetuidad. Somos inocentes cuando de niños somos encerrados en la escuela para ser amaestrados, adoctrinados en la sumisión al orden establecido, no lo somos cuando de mayores nos negamos a pensar por nosotros mismos, cuando seguimos rellenando el vacío de nuestro pensamiento con ideas inducidas desde la escuela, ideas ajenas a nuestra propia experiencia vital, ajenas a toda reflexión sobre la realidad de nuestra personal y única existencia.

Somos inocentes cuando en medio de la multitud somos asaltados por el ruido y la fealdad de la propaganda comercial-cultural que emiten los medios de propaganda con los que cuenta el Estado y su “libre” mercado, cuando somos asaltados por su ideológica oferta “cultural”, destinada al comercio del ocio y al consumo de las masas. No somos tan inocentes cuando en soledad elegimos ese ruido al silencio, cuando conscientemente evitamos la reflexión que sólo en silencio es posible, cuando huimos de él compulsivamente cada vez que enchufamos la tele, el móvil, el internet y todos los artilugios tecnológicos que con su ruido impiden el encuentro con nosotros mismos. 

No somos inocentes cuando evitamos el compromiso que supone tener opinión propia, cuando aceptamos por tal los titulares mediáticos o los comentarios al uso, de tertulianos dicharacheros o de desconocidos amigos del facebook. No somos inocentes cuando evitamos a toda costa el encuentro doloroso con la verdad del mundo, la que surge de nuestra propia conciencia. No somos inocentes cuando nos conformamos con una moral “pública” carente de toda ética personal, no cuando aceptamos amoldar nuestra conducta a la norma que nos viene dada del exterior y obviamos construir nuestra propia ética, nuestra propia norma de conducta personal, ese sentido del deber que surge de nuestro interior y que construye nuestra propia conciencia.

¿Cuanto duraría el predominio de Coca-Cola sin la cómplice y subordinada competencia de su alter ego Pepsi-Cola?, ¿cuánto el derechismo sin el sostén artificioso de su parte izquierda?, ¿cuánto si el lugar de las élites lo ocupara el Pueblo?, ¿cuánto duraría la esclavitud del trabajo asalariado una vez abolido el robo de los bienes comunales y universales que son la Tierra y el Conocimiento, cuánto podrían resistir el Estado y su Ejército en minoría frente a todo un Pueblo?...Pues tengo la certeza de que durarán una eternidad mientras no exista esa fuerza colectiva y poderosa a la que hemos dado en llamar Pueblo, pienso que éste nunca surgirá sólo por el curso de los acontecimientos, nunca sólo por las contradicciones del sistema dominante, sino, sobre todo, por la calidad (virtud) de los individuos decididos a constituir esa fuerza irresistible. De ahí que sea tan urgente como necesario aplicarse cada cual a construir ese individuo/pueblo, tan capaz de sobreponerse a su fallido historial revolucionario, como de superar su falsa inocencia.

No, la gente de la clase trabajadora no somos tan inocentes...lo somos en aquello de lo que no somos responsables, en aquello que no hemos elegido, pero no somos tan inocentes cuando ponemos la economía por delante de nuestra dignidad de individuos libres, no cuando la condicionamos a la cuantía del sueldo y al placer burgués por el consumo sin sentido, no  cuando nos dejamos sobornar por las empresas de la patronal o los partidos del Estado. No somos inocentes porque seamos más pobres, no. No somos tan inocentes cuando les votamos y con ello legalizamos la barbarie de la que somos víctimas...somos víctimas y  suicidas, pero no inocentes.

2 comentarios:

internacional paisanista dijo...

Gracias, mil gracias. Si te tuviese delante te abrazaría.

internacional paisanista dijo...

Gracias, mil gracias. Si te tuviese delante te abrazaría.