jueves, 26 de junio de 2014

DEMOCRACIA DE ALDEA EN LA MEGÁPOLIS GLOBAL (1)



Perdóneseme que desatienda los acontecimientos actuales, los aforamientos exprés de la realeza española, los falsos dilemas entre monarquía y república, las congojas del nacionalismo catalán y españolista, las consecuencias anímicas por el hundimiento de la escuadra española en los mares de la américa futbolera, la competencia desatada por la jefatura del partido del ocaso socialista o el relevo de éste por un nuevo partido de la clase media de izquierdas...pero es que me urge más aclarar aquello que trata de anticipar el futuro y que pudiera ser decisivo para cambiar esta actualidad, la averiada realidad que acontece cada día.
 

1. A modo de preámbulo

Parto de la constatación y premisa de que este mundo actual es resultado de los seculares procesos de dominación de la especie humana sobre la Naturaleza y de unos miembros de la especie (clases dominantes) sobre otros (clases dominadas). Y, por tanto, pienso que para iniciar la tarea restauradora que nos permitiera vivir emancipados y reconciliados con la naturaleza de la que formamos parte, deberíamos organizarnos para ser capaces de vivir sin las relaciones de dominación que se derivan de toda organización jerárquica de la sociedad. Con más razón, una vez que sabemos que nos aislan, dividen y enfrentan; con más fundamento, tras comprobar por experiencia propia que estas formas de organizar la sociedad acaban anulando las cualidades y potencialidades del ser humano. Pero, para empezar a vivir ecológicamente y en democracia, ¿tenemos, acaso, que esperar a que sucedan los colapsos anunciados en forma de catástrofes globales, tenemos que esperar a que las megápolis sean todavía más peligrosas e inhabitables, hasta que se desintegren por sí mismas como efecto de previsibles y encadenadas catástrofes naturales y sociales?, ¿tenemos que esperar la revolución como un regreso al pasado, como una repetición de la historia, reiniciada a partir de cero, en las pequeñas comunidades tribales, neoaldeas, que lograran sobrevivir al gran colapso?

La idea de Democracia toma nombre de su origen histórico en la Grecia antígua y representa un proyecto inacabado, un intento de organizar la vida social como comunidad de individuos libres e iguales capaces de autogobernarse. Desde entonces para acá han sucedido muchas cosas y siglos, de tal modo que la propia experiencia del devenir humano nos lleva a concebir la necesidad de un perfeccionamiento en nuestra forma de relacionarnos con la Naturaleza y en nuestra forma de organizarnos socialmente. A ésta la seguimos nombrando con la misma palabra que se correspondía con su antiguo concepto de autogobierno, democracia, que utilizaran los griegos siglos atrás. Si esta necesidad persiste en el tiempo presente es porque, en lo sustancial, no hemos sido capaces de perfeccionarla, ni siquiera de mejorarla, a pesar de que las condiciones de desigualdad y carencia de libertad no sólo no han desaparecido hoy, sino que se han agudizado con el perfeccionamiento de las estrategias de dominación y, a mayores, con la consecuente deriva destructiva seguida en los dos últimos siglos liberales. Destructiva de la naturaleza en general, como de lo específicamente humano. A esta forma de moldear la realidad a partir de la dominación como matriz, nos hemos acostumbrado a llamarla, erróneamente, democracia. Y a este viaje a ninguna parte lo hemos llamado progreso.

Todavía no me he encontrado con NADIE que niegue el autogobierno en asamblea como forma genuina y más perfeccionada de democracia. Y siendo que su reconocimiento como tal es prácticamente universal, no deja de sorprender que el objetivo de alcanzar su máximo perfeccionamiento sea abandonado por razón de su “falta de operatividad”, al amparo de una supuesta imposibilidad de ser llevada a la práctica. Se dice con extrema ligereza y superficialidad que la democracia sólo fue posible en la polis griega y en las aldeas medievales, incluso se reconoce que lo fue, aunque limitadamante, en el mundo campesino tradicional. Se admite, como tópico generalizado, que la democracia sólo era y es posible en comunidades pequeñas, integradas por pequeñas poblaciones, pero imposible en las complejas y superpobladas ciudades contemporáneas, habitadas por muchos millones de personas. De ahí que resulte tan decisivo hoy abrir el debate que propongo para contestar a esta crucial interrogante: si admitimos que el autogobierno sólo es posible en comunidades de pequeño formato, tal y como sabemos por la historia, entonces, ¿cómo hacer posible la democracia en el hiperurbanizado y masificado mundo de hoy?, ¿no será que ello es sencillamente imposible, no será que ya hemos alcanzado el límite posible de la perfección, que la Democracia y el Progreso no es otra cosa que Ésto, lo que nos sucede, lo realmente existente?

La barbarie urbanística se nos presenta como condición y consecuencia del progreso. Sus efectos colaterales, sus peligros, no son sino el precio a pagar por ese viaje. Así, nos acostumbramos a los intrínsecos peligros que conlleva la vida en la megápolis y en democracia. "¿La marginalidad social?...sólo es mala suerte, te ha tocado un billete de tercera clase, viajas en un vagón sin techo, expuesto a los rigores de la intemperie, pero lo importante, lo que debes valorar, es que no estas parado, que viajas en el mismo tren que todos los demás. ¿La corrupción de la democracia?... eso es cosa normal, la democracia tiene estos defectos achacables a la ambición humana, los profesionales de la democracia son tan humanos y corruptos como cualquier otro profesional, de la medicina o la construcción por ejemplo. Lo importante es que vives en democracia, que tienes la suerte de vivir en el mundo libre de la democracia y el progreso...mira, si no, lo que pasa en los telediarios del mundo, observa la miseria exterior, en esos países del extranjero, ahí mismo, donde no hay democracia ni progreso. Da gracias por vivir en el mundo libre, a esta parte del telediario. ¿Los peligros de la contaminación o de la energía nuclear?...son asumibles, son los riegos que conlleva el progreso tecnológico, si consumes es que progresas, la tecnología y la energía hacen posible tu consumo. No tienes razón para la queja, sin consumir se detendría tu progreso y el del mundo, no habría libertad ni democracia. Y tú, entonces, sí que serías definitivamente Nadie".

Tras el deslumbramiento provocado por la espectacular tramoya tecnológica y por la publidad que le acompaña, el tren del progreso se nos descubre como pura barbarie en cuanto adquirimos conocimiento y conciencia del tipo de vehículo en el que viajamos. Y, aunque en el billete no lo ponga, podemos llegar a deducir cuál será su estación de destino. ¿Pero acaso no lo saben quienes dirigen el tren?...sí, pero su mirada es de cerca, dirigida al momento y al paisaje inmediato, al momento en el que ellos disfrutan plenamente del viaje, en el que sólo ven placer y beneficios. Y aunque el exceso de velocidad pudiera hacerles temer cualquier fatalidad, tal destino les parece una estación tan lejana como irreal e imposible, por lo que de inmediato deshechan tales pensamientos. Lo primordial para ellos es gozar lo más posible del bienestar que les proporciona este Estado de libertad y democracia, disfrutar a plenitud de este viaje hacia el progreso, un Estado que desean a perpetuidad.

Los viajeros hemos nacido en ese tren y nos cuesta imaginar la posibilidad de un viaje distinto y la existencia de otros paisajes. Un día, a uno de nosotros se le ocurrió pensar en tal posibilidad y exclamó “¡paren el mundo que me quiero bajar!” y a la mayoría les pareció una broma de Mafalda, una ocurrencia de viñeta. Otro día hubo una rebelión de los viajeros de tercera clase, lograron situar a algunos de ellos en los puestos de conducción, pero unos y otros nunca cuestionaron el sentido del viaje, unos sólo querían conducir el tren y los viajeros sublevados sólo aspiraban a disfrutar tanto como los viajeros con billete de clase superior. Y por eso, el tren sigue su marcha, aún más deprisa, sin alterar su original rumbo a ninguna parte.

Parece, pues, tarea improbable la de reunir la determinación que sería necesaria para detener el tren y desandar el trayecto seguido, cuando la mayoría de sus ocupantes viajan por inercia de la costumbre, carentes de voluntad propia distinta al deseo de mejorar la categoría de su asiento. Los carriles que guían al tren no permiten desviar su dirección sobre la marcha, no sin claro riesgo de descarrilamiento, el terreno es descendente y la fuerza de la gravedad contribuye, junto al peso del tren, a incrementar su inercia y aumentar la velocidad del viaje...y, por si ésta fuera poca, quienes ahora conducen el tren no paran de acelerar, posesos de la felicidad y el beneficio que les produce la velocidad.

Como Mafalda, creo yo que hay que parar el mundo, pero no para apearse de él. Añado que tal tarea me parece tan colosal como improbable, que sólo es concebible como una revolución precedida por una nueva sublevación del pasaje, determinados esta vez a frenar el tren y a desandar el camino, hasta llegar a una estación con cambio de agujas, una estación desde la que tomar otra dirección radicalmente distinta, conscientemente elegida por los viajeros, previo estudio del mapa, de las necesidades del pasaje y, fundamentalmente, con certeza y a sabiendas de que el nuevo trayecto discurrirá en dirección contraria al precipicio.

Algunos viajeros tienen en su memoria el recuerdo de aquel punto del trayecto en donde estaba la estación en la que había un cambio de agujas. Era una pequeña urbe donde la gente se reunía en asamblea para gobernar los asuntos de sus vidas en común. Era una ciudad ordenada por la voluntad de convivir y por el sabio sentido de administrar bien lo común. Recuerdan que se llamaba Democracia y que de ella se decía que Nadie podía escabullirse de su responsabilidad en el gobierno de la misma.

De producirse, creo yo que esa revolución no sería un simple viaje hacia atrás. Hay que tener en cuenta que los viajeros sublevados no llegaríamos a Democracia con las manos vacías o sólo con nuestro equipaje de mano, que lo haríamos cargados con la voluminosa experiencia y conocimiento que habrían justificado la sublevación del pasaje. No llegaríamos a Democracia en el estado de ignorancia e inocencia de sus habitantes primitivos y, por tanto, no retomaríamos el viaje con ingenua ilusión primitivista, nunca lo emprenderíamos desde la engañosa suposición de quien parte de cero, no sería conveniente ni deseable y, además, sería imposible. Ese viaje nunca podrá parecerse a una repetición, será necesariamente nuevo, aunque lo retomemos a partir de una estación conocida, en Democracia.

De producirse la sublevación, el viaje no debería acabar en Democracia. Para ello convendría que el pasaje sublevado tuviera previamente una idea, proyecto, del trayecto a seguir en adelante. Eso sí, nunca más desearíamos viajar hacinados en inmensos compartimentos, donde la conversación es imposible por el ruido, donde resulta imposible la deliberación, cualquier acuerdo, la toma de decisiones, donde nos viésemos obligados de nuevo a delegar nuestra responsabilidad en unos pocos profesionales que conducen el tren a su propia conveniencia ("es la democracia representativa, nos dicen, es el mal menor"). Es una representación, un simulacro espectacular de progreso y democracia, digo yo, el precio a pagar por este maravilloso viaje al precipicio.

Llegados a Democracia, no nos engañemos, la asamblea que habrá de tomar las decisiones no será la misma asamblea de ciudadanos griegos, campesinos medievales y anarquistas españoles que vimos en el pasado, cuando anterior y fugazmente pasamos por Democracia. Ahora, quienes tendríamos que gobernar en asamblea seríamos gente muy distinta, una masa de vecinos aislados en grandísimas urbes y, sólo en parte, dispersos vecinos de aldeas que son rurales sólo en la apariencia de su tamaño y paisaje.

Vayamos, pues, haciéndonos a la idea: a partir de Democracia, excepto la asamblea, nada volverá a ser igual. Nos tocará reinventar el mundo, empezando por restaurar los daños infringidos a la naturaleza durante los últimos siglos, será necesario modificar radicalmente nuestra forma de producir los bienes materiales que precisamos para vivir y asegurar la conservación y reproducción de la vida, reinventar nuestra forma de organizarnos en comunidad,en modo que igualdad y libertad no tengan oportunidad de colisión. 

Pero antes que esa restauración exterior, le tocará a cada cual hacer su propia reparación interior. Porque nos veremos impulsados a reemprender el viaje con sentido propio. Porque, a partir de Democracia, lo único que permanecerá igual será la asamblea, el autogobierno, aquello para lo que menos preparados estamos... pero sobre ésto reflexionaremos más adelante.



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