jueves, 6 de febrero de 2014

CONTRA LA MORAL Y LA DEMOCRACIA RELATIVAS


¿Cómo que todo es relativo?, ¿es que ya no es distinguible el bien del mal?, ¿es que no es perverso el pluralismo “democrático” que incluye y ampara al mal?

Quien maltrata a otro ser humano sabe que hace mal, igual que lo sabe quien lo sufre. Quien maltrata tiene una responsabilidad ética y moral indiscutible, que no pueden ser justificada por razón de alienación o sumisión del maltratado, ni siquiera por su consentimiento. Y también sabemos que quien se opone y responde al maltrato merece un juicio bien distinto, porque está defendiendo el valor universal de la dignidad  humana, aunque a él le parezca que sólo se defiende a sí mismo. Eso no es relativo, está bien y es lo justo.

Maltrata quien domina a otro ser humano, sea cual sea la sinrazón de su jerarquía: género, raza, clase, nacionalidad,… Una persona vinculada a otra u otras por un trabajo asalariado, padece una situación de dependencia vital, que afecta a la totalidad de su existencia, al completo de su dignidad como persona. Este vínculo de dependencia, aunque sea voluntario, aunque tenga la apariencia de un contrato, nunca lo es entre iguales, siempre establece el dominio de una parte sobre la otra, por lo que el trabajo asalariado es un mal en sí mismo, un maltrato incompatible con la dignidad atribuible a la existencia humana, una dignidad que no admite fragmentación ni grados, porque nos hace iguales por muy diferentes que seamos como individuos. 

Lo bonito y lo feo sí son conceptos relativos, admitimos que dependen del color del cristal con que se miran, del gusto de cada cual, bien…, ¡pero no todo es relativo!, no al menos cuando nos referimos a  lo público, a nuestro comportamiento en sociedad. Aquí no hay relativismo ético ni moral que valga, lo que está mal está mal y no me digáis cómo, pero todo ser humano lo “sabe”, es una sabiduría comunal y universal, un conocimiento que a nadie y a todos pertenece.

Creo que quien no acierta a distinguir entre el bien y el mal  padece la enfermedad del pensamiento postmoderno hoy hegemónico. Está contaminado por la cosmovisión responsable del totalitarismo vigente, el que por negar la totalidad del bien  nos ha impuesto el totalitarismo de lo relativo, tolerante con el mal, que nos sitúa en un presente líquido y contínuo,  en una realidad siempre fragmentada e incomprensible, amoral, ajena a la humana experiencia histórica, que nos sitúa en una realidad sin pasado ni futuro.

Las emisoras del Estado sueltan cada día a su jauría de tertulianos para que proclamen las envenenadas bobadas del siglo: "la igualdad es imposible", dicen, pero se refieren a la democracia; y, además, en un alarde de gracia y racionalidad, dicen que "no existe una plaza del Sol en la que cuarenta y siete millones de individuos puedan reunirse en  asamblea" y,  apostillan,  "aunque existiese, sería imposible llegar a algún acuerdo". Sus bobadas caen en terreno abonado en el que prenden fácilmente: “ÈSTO es lo que hay, la democracia es imposible, sería el reino de la anarquía”.  

¡Claro que cada individuo es diferente a cualquier otro!, pero no estamos hablando de sus características y cualidades personales, del color de sus ojos o de su piel, no de su salud o su estatura, de su carácter o su genio personal, de su estupidez o su coeficiente intelectual, no estamos hablando de todas las diferencias que nos hacen únicos. ¡Claro que en la vida privada siempre habrá individuos fuertes y débiles, codiciosos y generosos, apasionados e impávidos, proclives a ser dominantes o a dejarse dominar!,… pero es que cuando hablamos de democracia no nos referimos a esa vida privada, a la que cada cual ha de enfrentarse en solitario y en desnuda desigualdad, ¡no!, estamos hablando de nuestra vida pública, de cómo organizamos nuestra vida en sociedad, de cómo convivir lo mejor posible, de cómo podemos gobernar en común lo que en común tenemos; y ESO, “sabemos” que sólo es posible si nos consideramos unos a otros como iguales, si las reglas del juego en sociedad, al margen de nuestras relaciones individuales, son realmente las mismas para todos y en toda su integridad, es decir, en todos los aspectos propios de la vida pública,  sociales-políticos-económicos-ecológicos.  

Y cuando hablamos de asambleas no nos referimos a una posible forma de democracia, si no a la única, que sepamos, conscientes de que hasta ahora sólo hemos sido capaces de hacer algunas aproximaciones.  Porque, ¿qué es democracia si no es autogobierno?, ¿y para qué necesitaría una asamblea de iguales un gobierno ajeno a ellos mismos?...podrán llamarlo como quieran, pero, si no se refieren a una asamblea de iguales, están hablando de otra cosa, de algo que nada tiene que ver con la democracia.

Nuestra vida pública ha sido colonizada por el Estado en su actualizada versión postmoderna, imponiendo una moral contradictoria y relativa, que proclama una ficción de derechos con tanta solemnidad como empeño real pone para su impedimento efectivo; proclama que su finalidad es el bien común, mientras institucionaliza su saqueo y  normaliza la corrupción.. Esa moral inducida y dominante es esquizofrénica, está destruyendo al individuo de la postmodernidad, que se ve atrapado en la contradicción de una ética personal absolutamente cínica y relativa. Y éste es su producto medio: un individuo-masa indignado por la manifiesta corrupción del Estado y, a la vez, enseñado a sospechar de sí mismo (en su lugar –piensa- yo haría lo mismo).


2 comentarios:

Hugo dijo...

Buen post, como siempre. Con tu permiso, Antón, os dejo a ti y a los lectores en general una selección personal de textos críticos con el relativismo moral. Espero que os resulten de interés:

http://misapendices.blogspot.com.es/2010/12/contra-el-relativismo-moral.html

Aunque parezca autobombo, prometo que no lo es, je... o al menos no del todo ;)

Un saludo.

nanin dijo...

gracias, Hugo. Leeré con interés esos textos. Salud