jueves, 3 de octubre de 2013

POR EL CERRATO Y LO GÓTICO

Villabáñez. Foto de Orosia Castán

Cuando bajamos a Valladolid sin prisa por el regreso, tenemos por costumbre explorar itinerarios alternativos al de la autovía de Santander, la que nos deja en Aguilar de Campoo. Aún dando rodeos a cincuenta kilómetros por hora, vamos a la deriva de encuentros y sorpresas por pueblos y paisajes de los territorios intermedios: de Tierra de Campos y Cerrato, de las vegas y páramos de Carrión y Pisuerga más arriba, tierras de Saldaña, Osorno y Herrera. En la última ocasión hemos subido por el Valle de Esgueva, entrando por Villabáñez para llegar a Venta de Baños tras cruzar la paramera que domina  sobre Villavaquerín.


Es un paisaje hermoso, remansado, abierto y solitario, surcado por carreteras tranquilas y modestas, muy rectas, que siguen el fondo plano de anchos valles cerealistas, entre laderas pobladas de pinos y encinas, carreteras que serpentean  brevemente hasta alcanzar el alto de un portillo, en medio de una inmensa paramera, para descender de nuevo a la normalidad horizontal y primigenia. Es un paisaje lentamente debastado por el tiempo, que por aquí nunca tuvo prisa, como tampoco la tenemos nosotros ahora, que paramos junto a un chozo de pastores, porque siempre nos maravilla su sabia y elemental arquitectura. 



El caso es que esta vez nos propusimos alcanzar la autovía de la Meseta, la A-62, a la altura de Venta de Baños, para visitar antes la basílica visigoda de San Juan de Baños, así como la fuente próxima que da nombre a la población donde se asienta (San Juan de Baños), vinculada sin duda a la construcción del templo, allá por el año 661, cuando el rey Flavio Recesvinto lo inauguró el 3 de enero de ese lejanísimo año de nuestra historia.


La leyenda dice que Recesvinto mandó construir la basílica en agradecimiento por el efecto curativo de las aguas tomadas en esa fuente, en un descanso a medio camino de la corte toledana, tras guerrear por la cordillera cantábrica contra las poblaciones allí sublevadas desde los tiempos romanos. No hay duda de la datación del templo, porque de ello da fe una inscripción empotrada en uno de sus muros. La perfección de los arcos y, en general, de toda la arquitectura original que aún se conserva, lleva a pensar que debieron de existir muchos otros antecedentes, que hoy nos son desconocidos, que han desaparecido. Como parecen haber desaparecido de nuestra historia los propios godos, el pueblo invasor oculto en las nieblas de la historia. Mirando la fuente en la que bebió Recesvinto, caemos en la cuenta de que apenas sabemos nada de aquel pueblo godo (los visigodos fueron una rama de los mismos, la que conquistó Roma y luego se afincó en Hispania). Los que pasamos de los cincuenta todavía recordamos parte de la obligada lista cronológica de los treinta y tres reyes godos, la que las generaciones de posguerra tuvieron que aprender en la escuela infantil obligatoriamente, a base de un soniquete que se te quedaba en la cabeza después de infinitas repeticiones. Esa lista es uno de los mejores ejemplos de la mala educación pública, plenamente vigente, que reduce el conocimiento de la historia a una sucesión de nombres de reyes y gobernantes, de datos y fechas.

Sin haberlo buscado, esta visita a San Juan de Baños me provoca una reflexión acerca de esta notoria y generalizada ignorancia acerca de los godos, tenidos por “pueblos germánicos, tribus que profesaban religiones paganas, unos bárbaros venidos del norte”. Tamaña ignorancia  sólo es superada por el desinterés con la que suele ir acompañada, sin que por ello podamos evitar una cierta sospecha de interesada confusión y ocultamiento. Estamos hablando de aquellos  siglos pintados de oscuro, los que median entre la caída del imperio romano y la invasión musulmana, en cuya resistencia “cristiana” ha sido borrado todo vestigio que remitiera al componente godo del antiguo pueblo invasor. Se ha llamado “reconquista” a una gesta adjudicada a los nuevos reinos cristianos, obviando casi siempre el componente godo de éstos. La reconquista fue culminada tras la  unificación de los reinos católicos de Castilla y Aragón, siendo oficialmente considerada como origen histórico del Estado español. Pero, ¿por qué se ha puesto tanto interés en su antecedente romano y mususlmán, y por qué sucede todo lo contrario en referencia a los godos? …una muestra es este templo visigótico de San Juan de Baños, afortunadamente conservado, sí, pero escasamente divulgado, a pesar de su antigüedad e importancia, tanto histórica como artística.

Sabemos que los godos llegaron a Hispania para restaurar el debilitado imperio romano tras las sucesivas invasiones de suevos, vándalos y alanos; sabemos que fue Walia, el sucesor de Ataulfo, quien renovó ese pacto con Roma en el año 418 y que durante el reinado de Eurico (466-486), tuvieron lugar las primeras inmigraciones masivas de población goda, sabemos que debieron establecerse fundamentalmente en la meseta castellana, en número aproximado de 300.000 (por entonces se calcula que la península tenía unos cinco millones de habitantes) y que, con gran fundamento, Eurico puede ser considerado el primer gobernante de Hispania, el que rompe aquel pacto y logra la plena autonomía del imperio romano… Con la estatolatría que nos caracteriza, ¿cómo es que no hemos considerado ese detalle de nuestra historia?...Quizá porque ello podría habernos conducido a la conclusión de que no fueran los reyes católicos, sino el godo Eurico, quien fundara el estado hispano, quien fuera  el primer rey de España.

 Los godos han sido olvidados en España, pero no en la América hispana, donde siguen llamando godos -casi siempre con un deje de rencor- a aquellos conquistadores que  convirtieron su patrimonio en sinónimo de nobleza; aún son designados como godos los miembros de la clase dominante, aquellos “que lo son por razones ancestrales”. Esto ocurre, sobre todo, en Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia y Colombia. En Venezuela y Colombia se les llama godos a los miembros de los partidos conservadores, pero recuérdese también que en Canarias persiste la costumbre de llamar godos a los habitantes de la península.

Indagando al respecto, he recuperado el texto de un ensayo (“Las cuatro mentiras sobre los godos”), escrito por Jurate Rosales, escritora venezolana de origen lituano, en el  que atribuye el origen de esas mentiras a diferentes errores y fallos, debidos a la escasez de documentación, a errores en la traducción y en la interpretación histórica, como a  errores lingüísticos. Dice JR que describir a los godos como un pueblo primitivo es una mentira o, cuanto menos, un gran error que denota un gran desconocimiento de los datos históricos; afirma esta escritora que los godos eran de origen báltico y no germano, y que eran fundamentalmente agricultores y ganaderos, que “la práctica de la cría de animales domésticos a gran escala, posiblemente con vigilancia comunal, se mantuvo como una de las principales actividades económicas de los bálticos a lo largo de milenios. Cuando los godos llegaron a España en el siglo V, introdujeron un importante vocabulario de ganadería, voz cuya raíz viene del verbo báltico “gano”(en lituano “lleva a pastar”); de allí procede ganado que es el participio de ese verbo, mantenido en España sin modificación alguna, igual que ganadero es –también sin modificación– la persona que lleva a pastar”. Esto es corroborado por la arqueóloga Karen Eva Carr (Vandals to Visigoths, Rural Settlement Patterns in Early Medieval Spain), quien sostiene que  las invasiones del siglo IV y V transformaron la vida rural en la península ibérica. Escribe Carr, que uno de los cambios más importantes fue la importancia concedida a la cría de ganados, que complementó y sustituyó parcialmente a la industria del aceite de oliva”.

Al parecer, eran gentes que otorgaban mucha importancia a la vestimenta, como menciona Alfonso X El Sabio –profundo conocedor de la historia de los godos a través de su estudio de la obra de Jordanes (de origen godo y cronista de Roma en el siglo VI): “eran yente que fazien pobre uida dotra guisa, mas uistien se noblemientre” (eran gente que hacían pobre vida de otra manera, pero se vestían noblemente);  las palabras zapato, escarpín y gorra fueron traídas a España por los godos, como la palabra y el concepto de “honor” – en castellano garbo, en lituano moderno “garbė”- cuya traducción es “honra”. En la antigua legislación báltica, el asesino era castigado con la pena capital y la familia del muerto debía recibir una indemnización pagada por los parientes del asesino, existían tasas fijas por cada vida según su estatus social, pero la vida de una mujer valía el doble que la de un hombre; el robo tenía pena de muerte y faltar a la palabra de honor era castigado con la pena capital; tocar con la palma de la mano derecha la de otra persona, era un juramento de paz, y este gesto de dar la mano quedó en la cultura occidental como un saludo de paz. La antiquísima costumbre goda de enviar a uno de los hijos, el “hidalgo”, a buscar más tierras, con la encomienda de echar raíces y mezclarse con la población local, nos remite a  ciertas características propiamente hispanas de la conquista de América. Posiblemente allí radica la diferencia que hasta el día de hoy marca una separación de blancos e indios en América del Norte, colonizada por anglosajones, en contraste con la mezcla racial que es el signo distintivo de América latina, colonizada por hispanos. Igual que siglos antes había ocurrido, cuando los godos se mezclaron con los ibero-romanos en la península ibérica”.

Volviendo al rey que mandó construir esta iglesia de San Juan de Baños, se olvida que Recesvinto consiguió la unificación política y social para el reino cuando promulgó en el año 654 el Liber Iudiciorum, conocido como Código de Recesvinto, por el que se establecía un derecho igual y unitario para todos los súbditos. En 1241, casi seiscientos años después,  fue traducido con algunas modificaciones, del latín al castellano, por orden del rey de Castilla, Fernando III, siendo denominado Fuero Juzgo, estando vigente -¡ahí es nada!- hasta la aprobación del Código Civil, a finales del XIX. Y aún sigue hoy vigente, como derecho foral, civil y supletorio, en el País Vasco, Navarra y Aragón.

Tiene que haber alguna explicación para estos olvidos tan sustanciales de nuestra  historia; y a buen seguro que algo tendrán que ver con la penosa realidad a la que hemos llegado en el presente. Del viaje me vine a casa con estas góticas reflexiones, que amplían mi curiosidad por aquel pueblo godo, cuya raíz báltica, pagana, comunal, agrícola y ganadera, pudo rebrotar en esta hermosa tierra castellana del Cerrato, donde aún subsisten algunos grandes rebaños de ovejas, donde se produce el mejor queso, en un territorio pequeño y remoto de la antigua provincia imperial de Hispania y a un paso de la Autovía A-62.


PD: Para mayor oscuridad y confusión sobre lo “gótico”,  actualmente denominamos como arte gótico  al desarrollado por toda Europa después del siglo XII y hasta el Renacimiento. Esta denominación tenía inicialmente una connotación peyorativa, que lo asimilaba con la oscuridad y barbarie atribuida al medievo remoto de los godos, a pesar de que se trataba de arquitecturas luminosas, aéreas y esbeltas, en contraste con las oscuras y sólidas arquitecturas del románico precedente. Después, el Romanticismo puso de moda el medievalismo, asociado con lo siniestro y morboso. Y la confusión sobre “lo gótico” alcanza a nuestros días, en los que es denominada como “gótica” una subcultura juvenil surgida en la Gran Bretaña de los años setenta, y que se expandió por el resto del mundo, basada en una estética inspirada en los estereotipos del romanticismo acerca de “lo gótico”.



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