domingo, 21 de abril de 2013

¿REVOLUCIÓN SIN VIOLENCIA?


Que la demokracia es imposible sin derrotar al capitalismo es una obviedad. Intencionadamente, revolución y violencia suelen presentarse asociadas. La experiencia histórica parece apoyar a quienes sostienen esa certeza. Pero, en las revoluciones conocidas, de lo que se trataba era de cambiar un gobierno por otro, existía un sujeto revolucionario previo a la contienda, se trataba de conquistar el poder en nombre de una dinastía, de una religión, de una facción política o de una clase social…pero ahora estamos en otro proceso bien distinto, en el que una revolución se ha puesto en marcha sin sujeto revolucionario, por lo que, o bien éste tiene pendiente constituirlo más adelante, o bien no lo necesita, ni ahora  ni más tarde. Yo concibo esta revolución como un proceso de transición radical  que debe servir para disolver el  regimen capitalista hegemónico y, en ese mismo tiempo, construir el nuevo regimen libertario e igualitario  al que, al menos yo, denomino demokracia. Ganar esa contienda para llegar a la demokracia es hacer la revolución.


Para ello, sabemos que no basta la razón y sólo puedo imaginar dos formas de ganar al capitalismo: o por la fuerza de la violencia armada o, preferiblemente, por la fuerza de la hegemonía social. La violencia no nos conviene, nuestra derrota está cantada de antemano mientras la mayoría social sea ideológicamente “capitalista”, esa mayoría se quedaría donde ahora está, de parte del Estado, sometida a la sombra de quien tiene el poder, la fuerza del dinero y de las armas. Soy pacifista pero no ingenuo, no ignoro la brutalidad del Estado y de sus “fuerzas del orden”, sé que la derrota del capitalismo no será cosa de un año ni de dos. Sé que costará el esfuerzo y sacrificio de mucha gente y sospecho que quienes tienen el poder no van a entregarlo sumándose a la revolución amablemente.

Ahora no se trata de llegar a un acuerdo con el poder, de buscar una fórmula transaccional en forma de contrato o acuerdo con el Estado y/o con el Mercado. No somos el proletariado del siglo XIX, anclado en conceptos de propiedad y trabajo derivados de una economía “moral”, como pensaba Proudhon, cuestionado en ésto por algunos anarquistas, como Miguel Amorós. Ahora se trata de disolver el  sistema de poder que impide la emancipación humana, ahora se trata de destruir el capitalismo y construir la democracia. Por eso, anarquistas de la talla de Miguel Amorós no deberían hacer menosprecio en la comparación con “lo que hoy ensalza cierto ciudadanismo económico y municipalista, pacifista, encandilado con las cooperativas autogestionadas, las redes de consumidores y las monedas que llaman solidarias” (El partido del Estado, M. Amorós, agosto 2012). En ese mismo escrito, afirma que “la historia y, por consiguiente, la memoria de la experiencia, nos han enseñado que el conflicto es insoslayable, que la dominación utilizará todas sus fuerzas y recursos a su disposición para mantener la población en un estado de sumisión permanente, que la liquidación de los múltiples intereses de clase o de casta y que la supresión una tras otra de todas las piezas de la maquinaria gubernamental será obra de un sujeto revolucionario todavía por formar, y que el pacto o contrato social que lo constituya no se acordará en luchas laborales o reformas políticas, sino en revueltas territoriales y crisis urbanas. Cuando triunfe, los acuerdos entre iguales sustituirán a las leyes, y la libre federación de comunidades hará lo mismo con el Gobierno y el Estado. Es un camino largo y difícil, pues ha de pasar por encima de muchos cadáveres vivientes que, a pesar de haber sido sentenciados por la evidencia histórica, se obstinan en seguir coleando, abrazados al mundo tal cual es, el único lugar donde su sinrazón cobra sentido.”
Aún en el caso de que M. Amorós no se equivocara y el conflicto violento sea inevitable (de hecho ya lo es, porque el Estado emplea la violencia institucionalmente, todos los días), creo que sería mejor que ello ocurra siendo más y estando preparados. Eso significa no esperar más, no abandonar la esperanza a nuestras remotas posibilidades  en un “insoslayable” conflicto armado y frontal. Cierto es que la base del conflicto es ahora la misma de siempre, pero no las circunstancias, ahora tenemos una oportunidad distinta que exige estrategias diferentes.

Es cierto que en la estrategia de las cooperativas integrales existe un riesgo de integración, que el echo de utilizar la legislación de las instituciones capitalistas (la Ley de Cooperativas en este caso) ya supone un riesgo de integración, pero también es cierto que podemos neutralizarlo con una permanente actitud de desobediencia. La estrategia ahora abierta es la de no seguir esperando, no seguir alimentando la sumisión, no esperar a que la revolución comience a partir de un paisaje en ruinas y poblado de cadáveres. La estrategia ahora es construir y destruir al tiempo, utilizar las grietas de la ley estatal para desobedecer al Estado y extender la insurgencia…para lograr entrenamiento, preparación, y aprender de esa experiencia, anticipando la demokracia. Porque la revolución no debe ser un suceso a esperar, sino a construir, porque lo queremos, por nuestra propia e insumisa voluntad.
Por eso, no concibo la estrategia del proceso revolucionario si no es integral, si no  “integra” cooperativa, desobediencia y paideia (1).

(1)Paideia en el sentido de (des)educación dado por Castoriadis y Fotopoulos:  educación para la emancipación, para la autonomía personal y comunitaria.

1 comentario:

La Idea dijo...

Cualquier intento de Revolución que no lleve implícito el Mundo Nuevo, que quede al albur de las inevitables presencias de abanderados de los diversos partidos políticos, está condenado al fracaso como fracasaron todas las anteriores.

Frente a su buscada y nada deseable mutación del aparato del Estado es necesario presentar propuestas vivas, la "propaganda por el hecho".

Es aquí donde movimientos como el de Integra Revoluciò y las Cooperativas Integrales, cobran todo su protagonismo, ayudando a la formación de esa nueva persona (personal y colectiva) tan necesaria para que esa Revolución resulte en lo deseado.