domingo, 17 de marzo de 2013

LEÑA E INTERNET


Este invierno se nos está haciendo muy largo. Sabemos que pronto se acabará, que la primavera está al caer con su promesa de energía renovada…Sí, qué le voy a hacer, soy un optimista irreductible que ha elegido serlo contra todo pronóstico, incluso contra toda evidencia y, aunque parezca contradictorio, lo soy por pura racionalidad, para no negarme a la vida. Conste que no todos los optimistas somos iguales y que, al menos, yo conozco tres tipos: a) los que ignoran en qué mundo viven y están satisfechos por razón de su ignorancia; b) los que entienden el mundo como una cancha para la competencia y están satisfechos por sentirse entre los ganadores; c) los que siendo considerados perdedores por los anteriores, saben que su derrota es colectiva y transitoria, porque conocen el funcionamiento de este mundo. Yo, que he decidido no renunciar al deseo de otro mundo mejor, me incluyo entre los últimos, los voluntariamente solidarios y necesariamente optimistas. 

Volviendo a la excesiva largura de este invierno, hago cuenta de mi propia situación y de la de mis convecinos del territorio rural en el que vivo. Y ahondando en las urgencias cotidianas, aquellas que a la postre determinan la vida, observo que entre éstas hay dos muy principales, que son la leña y el internet; y que, por efecto de la Crisis, se han  convertido en necesidades primarias y que, asociadas, no puedo evitar interpretarlas como metáfora del tiempo y del lugar en el que vivo, el tiempo de la Crisis, el lugar de una aldea en ruinas, de un paisaje  rural y global absolutamente degradado, la geografía descriptiva de la crisis ¿final? del capitalismo.  

Suponiendo resuelta la necesidad de abrigo y vivienda, la Crisis nos situó a muchos vecinos en la indigencia, un estado que nos obliga a elegir entre un obligado repertorio de escaseces, casi todas de naturaleza energética. Se trata de consumir lo mínimo en comer, de renunciar a la calefacción, de recuperar el uso de la leña para resistir al invierno, de aislarnos en nuestras casas para no consumir una energía que necesitamos todos los días para desplazarnos de casa al trabajo, lo que nos permitirá seguir pagando la casa en la que vivimos, el coche en el que nos desplazamos, el alimento imprescindible, el combustible necesario para ir al monte a recoger leña y la factura de nuestra conexión a internet.
Quienes, como yo, vinimos a vivir a un pequeño pueblo dejando atrás la vida urbana, no lo hicimos por razones de prosperidad económica, como les ocurrió a quienes por entonces tuvieron que hacer el camino contrario. En buena medida, lo hicimos atraídos por un sueño de comunidad, un sueño que portábamos desde nuestras ciudades de origen en el equipaje de nuestra memoria personal y colectiva, un sueño que esperábamos hacer realidad en la nueva vida rural.
Pues bien, la recuperación del uso de la leña para calentarnos en invierno nos remite de nuevo a ese sueño original, a la utopía de la comunidad que hoy sentimos perdida. Porque hoy hemos vuelto a recoger leña individual y furtivamente. Porque hoy se ha perdido en el medio rural esa última práctica de aprovechamiento comunitario. Bien porque la gente mayor que habita los pueblos no puede hacer ese trabajo, bien porque la mayoría no tenemos tractores, animales de tiro y remolques donde transportar la leña desde el monte a nuestra casa, porque los que aquí quedamos ya no somos campesinos.
Pero nos queda el espejismo de la internet, la promesa de superar nuestro aislamiento, formando parte de una comunidad, global en este caso. Pero en cuanto superamos el deslumbramiento tecnológico que nos produce su funcionamiento, vemos nuestra participación como algo virtual,  como un sucedáneo de la realidad, un tratamiento omeopático y comercial a la postre, contra el aislamiento, en un intento de suplir a la comunidad real, la presencial, sistemáticamente destruida, la comunidad que debiera suceder  en el  tiempo y en el espacio real, el del territorio perdido, concreto y común, el que compartimos con nuestros vecinos.
Y entonces comienzo a ver las redes sociales como el espacio global que rompe nuestra percepción del tiempo y el espacio, como la prolongación permenente del ritual consumista al que nos hemos habituado en los grandes hipermercados, donde todo tipo de mercancías se nos presentan  como accesibles, en un simulacro de comunidad virtual y global, que sólo al llegar a caja nos devuelve a la realidad y nos clasifica, para que en la soledad del aparcamiento y de nuestras vidas, no olvidemos nuestra categoría de ciudadanos-clientes.

Por eso soy optimista, por encima de la crisis y del largo invierno. Porque he decidido serlo, porque no me resigno a aceptar la imposición de una realidad que niega la autonomía de las personas y las comunidades, que nos ordena en clases dominantes y subordinadas, en una realidad que  no deseo para mí ni para nadie. No hay predestinación, ley divina, natural o científica, no hay poder supremo que valga...alguien ha decidido por nosotros y ha construido esta nefasta realidad y no otra. Con razón mucho más poderosa, la mayoría subordinada puede rebelarse  y construir una realidad distinta y mejor. Yo lo he decidido; y por eso soy optimista: prefiero compartir la leña  y el  internet  en comunidad, con mis vecinos y en igualdad, o sea, en Democracia.

 PD.: No rechazo la internet, como ninguna otra tecnología que potencialmente pueda ser democrática. El problema no es la herramienta en sí, lo es su control. Yo prefiero que ese poder de control sea lo más distribuido posible, que sea transparente, concreto, directo, local, nunca difuso, nunca virtual, nunca intermediado ni global. De ello depende que en el próximo futuro internet  acabe siendo una poderosa herramienta democrática o un arma letal, utilizado una vez más  para impedir la Democracia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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Nacho Gallego dijo...

Hola Fernando!
Yo me apunto al optimismo d) de ganadores colectivos, en las multitudes inteligentes que voy descubriendo en el fantástico libro del Manifiesto Crown (¡gracias por el aviso!), en un mundo cada vez más abundante (aunque algunos se queden estancados en esa satisfacción ficticia o competitiva).

Me uno a tu intención optimista de co-crear estas nuevas realidades de abundancia humana y fraterna en la colaboración. Pues como nos decía Juliana Luisa (http://pildoras-para-pensar.blogspot.com.es/) el viernes pasado en un debate que tuvimos sobre cibercultura en el banco del tiempo de Palencia, solo ahora estamos empezando a ser humanos, y que debemos distinguir entre este mundo de masas y el mundo de multitudes inteligentes (y su versión de internet de masas e internet de comunidades inteligentes). Abrazos!

nanin dijo...

Gracias, Nacho, por tu comentario. Efectivamente, creo que el Manifiesto Crowd es muy interesante porque nos proporciona algunas pistas sobre la corriente en la que yo lo sitúo, la biopolítica, que intenta buscar una salida a la crisis sistémica sin cuestionar los fundamentos ni la estructura del sistema, lo que a mí me parece imposible y poco deseable.Mi optimismo busca otros caminos, pero el encuentro siempre es posible y creativo, además de bueno en sí mismo.Un abrazo.