La crisis
multidimensional en la que estamos
inmersos seguramente ha destapado la conciencia de muchas personas acerca de la
naturaleza opresora del regimen político que domina nuestras vidas. Mucha gente
está viendo cómo este sistema separa y compartimenta economía y política,
reduciendo ésta última a una serie de gestos formales y carentes de valor, a
una escenificación de la democracia, que la convierte en una pantomima,
supeditada a la impuesta realidad económica. Nunca antes, como ahora, cuando el
sistema parece derrumbarse, ha sido tan clara la situación en que nos
encontramos, nunca habíamos sido tan conscientes de la minoría de edad
permanente en la que vivimos y, por tanto, éste puede ser el momento oportuno
para plantearse la emancipación, la obtención de la mayoría de edad, lo que
supone una rebeldía tan legítima como necesaria.
Emanciparse del trabajo esclavo
Es la
primera y crucial emancipación, la que nos ha de reintegrar la dignidad que
perdemos cada día en eso que denominamos el mercado de trabajo, donde vendemos nuestra vida como si fuera una
mercancía, donde la hacemos dependiente de intereses ajenos y privados, del poder de
otros, en una espiral de dependencia que pudiéramos comparar a la del yonki
respecto del camello. ¿Y qué si toda la vida ha habido esclavos?, eso no debe
impedirnos ser conscientes de nuestra propia esclavitud actual, innegable, por
muy alto que fuera el salario que recibimos a cambio.
Entonces,
liberados de esa esclavitud, el trabajo podrá ser creativo y racional, dedicado
a la eficiente producción de cosas razonables y necesarias para la vida,
entonces participaremos en las decisiones que tome la comunidad en la que
vivamos cada cual, la que administrará los recursos comunales y productivos
existentes, previamente reintegrados por sus actuales expropiadores.
Emanciparse de los partidos políticos
Es acabar
con la tutela de quienes se ofertan como nuestros tutores, representantes profesionales
de nuestra voluntad política, la individual y la colectiva. Emanciparnos de
ellos significaría recuperar el ejercicio de la política en su buen sentido.
Entonces, nosotros,
todos y cada uno de los ciudadanos, en el seno de las comunidades en las que vivimos, seremos los nuevos
políticos, recuperada nuestra autonomía personal y comunitaria. Los partidos
dejarán de ser la forma organizativa de las oligarquías, dejarán de ostentar el
monopolio de la representatividad política, pasando a ser clubes de ideología y
opinión, dejando a la comunidad que administre sus asuntos siguiendo su propia
voluntad soberana, libre de toda mediatización y plenamente responsable de sus
decisiones. Entonces, será la democracia.
Emanciparse del Estado
Es acabar
con la ficción de una comunidad política inexistente, que nos encuadra en el
marco de un supuesto interés común que, según dicha ficción, compartimos con
otros muchos ciudadanos por el mero hecho de hablar la misma lengua y adoptar
una misma bandera, impuesta por quienes ostentan la titularidad del Estado; una
soberanía y un poder que sólo a ellos pertenece, que no comparten con nosotros,
los ciudadanos que hablamos su misma lengua.
Entonces, la
nación, libre del corsé del Estado, podrá ser de verdad una comunidad de gente
que habla la misma lengua materna, cualquiera que sea el territorio en el que
habite. La única comunidad política verdaderamente soberana será la comunidad
local, la ciudad o comarca en la que vivimos, en cuyo territorio se hayan los
recursos naturales y humanos que realmente compartimos; y tanto si éstos nos sobran como si no nos alcanzan, nos
asociaremos libremente con otras comunidades, practicando el intercambio
igualitario y solidario.
Emanciparse de la escasez
Es acabar
con la falsa idea de que no hay recursos productivos suficientes para todos, mientras
unos pocos acaparan éstos, viviendo en la abundancia y el derroche, produciendo
una falsa escasez interesada. Claro que vivimos en un mundo con recursos
limitados, por eso no podemos permitirnos su derroche, ni podemos dedicar
nuestras vidas a producir cosas innecesarias e incluso estúpidas, que agotan
las reservas naturales en forma autodestructiva.
Entonces,
liberados de la esclavitud del trabajo asalariado, liberados de los políticos
intermediarios de nuestra voluntad soberana, liberados del dominio del Estado
fundado para preservar el saqueo privado de los bienes comunales, sólo entonces,
conoceremos la abundancia de la que dispone el mundo. Y sin estar condenados al absurdo y suicida crecimiento contínuo, sus
limitaciones nos parecerán los propios de la Naturaleza, que aprenderemos a
manejar responsablemente, por la cuenta que nos tiene.
Epílogo: sobre la alienación consentida y la belleza emancipatoria.
Recurro aquí
a un texto de Santiago Alba Rico (“Ladecisión de tener una pierna”), que viene a ser una metáfora de la dignidad
humana y que, al cabo, es de lo que vengo hablando. Así lo resumo:
“Un niño tiene un
accidente y pierde una pierna. A partir de ese momento, puede ocurrir una de
estas dos cosas: que el niño construya su carácter en torno a la pierna que le
falta y, en consecuencia, a partir de todas las cosas que ya no puede hacer; o,
por el contrario, que construya su carácter en torno a la pierna que le queda
y, por lo tanto, a partir de todas las cosas que todavía puede hacer... No somos responsables del accidente
que nos ha mutilado, es verdad, pero sí de escoger sobre qué pierna vamos a
apoyar a partir de ahora nuestra existencia: un hombre que ha perdido una
pierna, en fin, se convierte en un mutilado por propia voluntad… El que ha
perdido la relación entre los bosques y los ríos se vuelve un alienado porque
no recuerda la belleza. Lo que admiramos en algunos cojos es que, ayudados de
un bastón, eligen ser alegres y revolucionarios. Lo que admiramos de los
pueblos en lucha es que distinguen un palo de una porra y una pirámide de una
prisión. Es lo que llamamos dignidad y José Martí nombró con la palabra decoro”.
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