domingo, 28 de octubre de 2012

LA EDUCACION, PROHIBIDA E IMPOSIBLE


Ayer escuché en la radio una tertulia en torno a la edad legal para mantener relaciones sexuales, suscitada a raíz del  reciente y desgraciado suceso en el que fue asesinada una niña de trece años que mantenía relaciones con quien  luego resultó ser su asesino, un hombre de cuarenta años, que se suicidaría tras ser acosado por las fuerzas del orden. Todos los tertulianos coincidían en el diagnóstico, afirmando que las leyes regulatorias de la edad “legal” son  contradictorias  e incoherentes y que todas las soluciones pasan por la educación, por educar en la responsabilidad.

También recientemente he vivido otra polémica, ésta vez en directo, en torno al debate sobre la educación, provocado por la película argentina “La educación prohibida”, proyectada aquí, en mi comarca, como en medio mundo, gracias a una exitosa operación de marketing a través de Internet, organizada por el grupo argentino de la New Age que ha producido la película. Aunque, a priori,  pudiera parecer que las dos cuestiones nada tienen que ver entre sí, yo pienso que sí  lo tienen y trataré de explicarlo.


Ambas polémicas tienen en común la coincidencia en torno al concepto de educar en la responsabilidad, pero ambas adolecen del mismo fallo cuando ignoran que sólo alguien que es autónomo en sus decisiones puede ser plenamente responsable.

En el caso de la primera cuestión, acerca de la edad legal de los menores, los tertulianos de radio nacional, además de obviar la estructura jerárquica de la sociedad tanto como los seguidores de la New Age, recurrían a la necesidad de recuperar los valores tradicionales del esfuerzo competitivo y del respeto sumiso a la autoridad de padres y maestros, ignorando que la responsabilidad se aprende y ejercita mediante la autonomía personal y no a través de la sumisión. ¿Cómo puede el Estado educar en la autonomía y la responsabilidad, cuando ello cuestionaría sus propios cimientos, asentados precisamente sobre  la sumisión de los ciudadanos?
Si la niña asesinada no era autónoma, si no se valía por sí misma, si no estaba educada en la responsabilidad de sus propios actos, parece evidente que sus padres son los responsables de sus peligrosas relaciones sexuales, con independencia de la edad que tuviera antes de morir asesinada; también es evidente que de su violenta muerte el único responsable es el asesino.

En el caso de la película “La educación prohibida”, producto del pensamiento de “New Age” (Nueva Era o Era de Acuario), la ignorancia de su mensaje (a pesar de poner cierto énfasis en la autonomía personal durante el proceso educativo) reside en obviar la existencia de un medio social estructurado de una determinada forma, orientada a reproducir su propia estructura a través de múltiples mecanismos jerárquicos, que generan el dominio de unos individuos sobre otros, un dominio que, a su vez, es generador de sumisión y dependencia. Los de la New Age creen que el amor mueve el mundo y que cuando el amor impere en los corazones individuales, el mundo será mucho mejor. Ellos ignoran que la educación es uno de esos mecanismos de reproducción jerárquica, uno de los más potentes, por lo que cuando plantean una educación alternativa ignorando las condiciones reales del medio social, político, económico, cultural y ecológico en el que sucede la educación es, cuando menos, una quimera sin fundamento racional, que en nada contribuye a educar en la autonomía de las personas y,  mucho menos, a frenar la reproducción del sistema capitalista hegemónico que, por su propia supervivencia, siempre impedirá cualquier modelo educativo basado en dicho principio.   

La autonomía personal es un privilegio del que disfruta una minoría, la que acapara o se beneficia del poder resultante de la dominación ejercida sobre una mayoría social sumisa al sistema. Cuando la supervivencia física de la inmensa mayoría de las personas depende de una economía de mercado  que les obliga a vender su fuerza de trabajo a la minoría que concentra y acapara la propiedad de los recursos naturales y productivos, la precariedad vital de la mayoría dependiente está asegurada y, por tanto, su autonomía personal  y colectiva resulta imposible.

En una organización política formalmente separada de la económica, pero esencialmente subsidiaria de la misma, en un sistema de “democracia representativa” en el que  la participación política de la inmensa mayoría de las personas se  limita a delegar su responsabilidad personal en una minoría “representante” que concentra todo el poder político, resulta  coherente la dependencia del poder político al económico y, más aún ,  su plena identificación institucional en el Estado. Esta delegación de responsabilidad  por parte de la mayoría social es la que presta legitimidad a quienes detentan el poder en cualquiera de sus manifestaciones, contribuyendo a perpetuar la hegemonía de un sistema que, de este modo, produce individuos débiles y dependientes, carentes de toda autonomía personal y colectiva.

Entonces y a la vista de esa realidad, ¿es que la inmensa mayoría de la sociedad acepta ser dependiente y rechaza ser autónoma?... yo creo que no, lo que sucede es que la mayoría ha sido educada para la sumisión, para ser responsables sólo de su propios logros y carencias individuales, nunca responsables de los asuntos sociales que, por cierto, son la mayor parte de los que conciernen a la vida humana. Esta falta de responsabilidad social lleva al individuo a ser apolítico e, incluso, asocial, a echar  la culpa de lo que le sucede a quienes nos gobiernan, a quienes nos dan empleo y a quienes nos educan. Nos han dicho que para eso les pagamos y nos han convencido de ello. Eso es lo que conocemos como el Estado, convertido así en “la realidad”, inamovible e incuestionable.

Sin duda, la  verdadera democracia tiene que ser “otro estado” diferente, exactamente todo lo contrario, un estado de las cosas en el que sea posible la autonomía personal, en el que cada uno de los ciudadanos  seamos plenamente responsables, tanto de nuestras propias vidas como de aquello que compartimos socialmente, que es casi todo. Y eso sólo puede suceder si el poder, en todas sus manifestaciones, es distribuido y no concentrado. Cuando ya no tengamos coartada para seguir haciendo dejación de nuestra responsabilidad, cuando no haya propietarios de los que dependa nuestra subsistencia, ni clase política que nos represente, cuando no exista ningún Estado a quien echar la culpa de nuestras miserias individuales y colectivas. Sólo entonces, sabremos que  vivimos en democracia. Por todo eso, en este momento, otra educación no sólo está prohibida, sino que, además, es imposible.

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