miércoles, 21 de diciembre de 2011

ACOGIDA DE NUEVOS POBLADORES EN LOS TERRITORIOS RURALES



El pasado fin de semana he participado en un foro sobre despoblamiento y medio rural, organizado por el grupo de acción local País Románico. Unos días antes estuve en otro que convocaban las juventudes comunistas de Aguilar de Campoo en torno al mismo tema. Durante los últimos años he participado en numerosos foros convocados con el mismo motivo y en todos he salido con la misma sensación de que se trataba de un tema recurrente, e incluso noticiable, ocasionado por la contundencia de los datos estadísticos y del que, por tanto, parece inevitable hablar,  a sabiendas de que en cada nueva ocasión se está convocando a la melancolía.
Los despoblados auditorios de este tipo de encuentros así lo atestiguan una y otra vez. Siempre asisten los mismos pocos, nunca alcaldes ni concejales, los políticos que asisten lo hacen obligados por el compromiso de ser ponentes de oficio; la ausente y escuálida población rural  siempre está ausente, seguramente porque tiene otras cosas de qué ocuparse los viernes por la mañana. Y como es previsible, no cabe otra conclusión en estos eventos que la derivada del estado de melancolía que, irremediablemente, conduce a los asistentes al ejercicio del lamento y la queja. De igual manera que las juergas suelen terminar con el cántico ritual del  “asturias-patria-querida”. 


Durante unos cuantos años he trabajado en la acogida de nuevos pobladores desde los proyectos “Abraza la Tierra”, de ámbito estatal, y “Quédate a vivir”, de ámbito interterritorial, integrado por comarcas de Cantabria, Palencia y Burgos. Conozco bien el trabajo que se viene haciendo desde estos proyectos  y vaya por delante mi apoyo y reconocimiento a la tarea de quienes siguen trabajando en los mismos. Siempre tuve la idea de que con este tipo de proyectos no pretendíamos resolver la despoblación del medio rural, que tiene unos orígenes estructurales y políticos de largo alcance y dimensión, pero sí pensé que desde ahí podíamos influir en la población local y en el poder político, para llamar la atención sobre el problema y para ensayar una metodología de trabajo que acabaría siendo integrada en la agenda política. Pero han pasado los años y ésto no ha ocurrido. La despoblación rural, lo rural en general, sigue siendo marginal en dicha agenda y la despoblación contínua avanzando. Y, esto es así a pesar de que existe una importante y creciente demanda de gente urbana que quiere venir a vivir a las zonas rurales. Más de mil familias han mostrado su interés por instalarse en el territorio de actuación del grupo de acción local País Románico, lo que significaría una población  aproximada de tres mil personas. Sólo cuarenta y nueve de esas familias lo han conseguido. Quienes hemos trabajado sobre el terreno conocemos bien cuáles son los impedimentos que bloquean la llegada de estos nuevos pobladores. El primero es la inexistencia de una oferta real de empleo y, cuando ésta es suplida por la capacidad emprendedora de quienes quieren venir, el siguiente obstáculo insalvable es el acceso a la vivienda. Este acceso es imposible en regimen de alquiler, que es la fórmula más realista y demandada, porque la oferta es inexistente a pesar de haber un inmenso parque de viviendas vacías, que tienen un uso estival mínimo, como segundas residencias vacacionales. Y también es imposible mediante la compra, porque los precios son desorbitados, incluso en estado de ruina, y un esfuerzo inversor de tal tamaño resulta incompatible con la inversión en cualquier negocio o actividad que se pretenda poner en marcha.

Todo ello me ha hecho reflexionar y llegar a algunas conclusiones y propuestas que, por supuesto, están abiertas a un debate que, estoy seguro, continuará por mucho tiempo. La primera idea es que desde el medio rural  estamos emplazados a hacer un giro radical en el enfoque de la despoblación, abandonando la visión de la despoblación como problema. Llevamos conviviendo con este “problema” un siglo y ya estamos acostumbrados. Pero también es verdad que, del mismo modo en que nos hemos acostumbrado a los paisajes vacíos de niños y comercios, también es verdad que nos hemos ido especializando en el  perverso oficio del lamento y la subvención consiguiente. Eso ha empezado a ser insostenible y será totalmente imposible en el crítico y caótico mundo que se nos viene encima, como un tsunami imparable. Tenemos que reaccionar a tiempo, tenemos que prepararnos, anticiparnos, diseñando y ensayando ahora el modelo de mundo rural que queremos para mañana, en el  poscapitalismo. Sé que la solución verdaderamente humana y civilizatoria tardará mucho en llegar, que ocurrirá cuando la sociedad humana  haya alcanzado la madurez moral  y la inteligencia social  y ecológica que nos lleve a  compartir en igualdad los recursos del planeta común y, por tanto, cuando el trabajo desaparezca como forma de esclavitud. Ahora, me conformo con mucho menos, pero sin perder de vista la  correcta dirección, sin perder el rumbo civilizatorio.   

Hace diez mil años, cuando dejamos de vivir de la caza e inventamos la agricultura,  empezamos a reunirnos en aglomeraciones urbanas y, desde entonces, toda aldea es un proyecto inacabado de ciudad. Lo que propongo es que diseñemos, pues, la ciudad del futuro poscapitalista, para construirla aquí, en los actuales territorios rurales; tenemos los materiales básicos para hacerlo: la vieja sabiduría campesina de la autosuficiencia, la abundancia de espacio y de calidad ambiental y el marco social, natural y territorial de la comarca (la futura ciudad dispersa, el anverso radical y positivo de la megápolis). Nos falta esa visión civilizatoria que debe alejarnos tanto de la tribu-aldea como de la metrópolis-inhumana. El reto es inmenso e ilusionante: empezar a construir hoy, aquí, desde la ruina y soledad de nuestras aldeas, la ciudad inclusiva, ecológica, tecnológica, territorial y democrática  del   futuro. Nada más iniciar esa tarea, desde su primer trazo, percibiremos que hablar de la despoblación rural  ya no tendrá sentido, que sobrarán los proyectos de acogida de nuevos pobladores, porque la propia tarea de diseño constituirá, por sí, suficiente atractivo y convocactoria para venir a vivir y para quedarse a vivir en los  territorios rurales.  

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